miércoles, 8 de abril de 2015

Divagaciones entorno a la legitimación de conocimiento


     En cada época histórica, las sociedades han tenido su ritmo particular para producir y legitimar conocimientos. Esto está muy ligado a la estructura socioeconómica sobre las que estas sociedades se sustentan. El conocimiento, interpretado a través de ciclo ideológicos e idiomáticos, no es propiedad exclusiva de las academias; quizás eso no es lo que esté en total discusión, sino los objetivos y utilidades de esa producción de conocimientos para la cual la academia está diseñada.

     Este último punto podría estar definido por espíritus de época, intereses, etc. Pero,  vamos, las personas no andan por el mundo analizando cada una de sus acciones como si se tratara de un producto de interés para las transnacionales. No pienso que se deba llegar un extremo tal (¿O sí?).

     Entonces, cabrían estas pregunta: ¿A quién satisfago con mis acciones? ¿A qué responde que me detenga a estudiar una u otra cosa? ¿Quién es acreedor de esa necesidad? ¿Las necesidades de conocimiento están “socializadas”?

     En el caso de los artistas, es anonadador el poco entendimiento situacional respecto a lo que practican. Por supuesto, existe un interés exagerado a que los procesos se lleven a cabo de la manera menos analítica posible. Por ejemplo: ¿De dónde viene este estilo? ¿Me satisface? ¿A qué necesidades históricas, afectivas y modelos paradigmáticos estoy respondiendo? La elección de las preguntas son subjetivas también, pero son preguntas. Y, puede que de las más duras: ¿cuán legítima es esta creación o interpretación? ¿Quién la legitima? “Yo hago mi arte como mejor me parezc…”. Lo dudo, querido colega, hay ciertas maneras “legítimas” que son las que los decisores y financistas aprobarían.

     Si podemos responder estas últimas dos preguntas, puede que estemos más cerca de porqué tendríamos que reproducir cierto tipo de conocimiento. Los espacios legitimadores son vitales para la imposición de discursos culturales. Soy algo reacio en creer que las legitimaciones son producto de mediaciones sociales o de la lucha de clases; más bien creo que vienen de la elección de espacios legitimadores, y esto pasa por decisiones, en muchos casos, unilaterales (Ej.: Luis XIV/Lully).

     Las inversiones, los pénsum, las políticas, los diseños urbanísticos, pasan por decisiones unilaterales y multilaterales que, claro está, son circunstanciales, pero definidos por un sistema de poder. El azar juega mucho en este punto, pero más las necesidades de las clases dominantes alrededor de su control de masas.

     ¿Cómo diseñar este espacio legitimador en tanto el conocimiento se reproduzca de manera “indefinida” -hasta donde se pueda- y el performance sea exitoso? El lenguaje y las redes toman parte y van operando ítems vitales que pueden revolucionar o reproducir un discurso. El arte y las ciencias, los soles de este juego, van eclipsándose con el sustento material de las sociedades, cuyos propietarios van comprando espacios de poder económicos y culturales.

     Para el mantenimiento de estos cursos, es vital que la retaguardia profesional y técnica de las ciencias y las artes se mantengan como ídolos sociales, haciendo dique a las preguntas y a creer en un status quo que, ellos creen, es virgen de toda ideología e interés, arropándola con un aura de bien común y superación personal. O, por otra parte, constituyan paradigmas en sus áreas, que causen conmoción para innovar, y sean motores de procesos que renueven y construyan nuevos espacios legitimadores que, en muchos casos, sustituyan a los que ya se encuentran desgastados.

martes, 13 de mayo de 2014

El último grito

Por Isaac Chocrón



     Yo crecí en un ambiente de judíos burgueses, bastante cosmopolitas para una ciudad con clima bendito, tranquila, segura y muy hermosa. No me refiero a Arcadia sino a la Caracas de los años cincuenta. La pequeña y próspera colectividad judía vivía integrada a la sociedad capitalina, con sus hijos estudiando en colegios laicos o católicos y los padres de ellos trabajando en el comercio, la incipiente banca y uno que otro bufete o consultorio. Sin embargo, las familias judías frecuentaban en bodas y bar-mitzvahs en la moruna sinagoga de El Conde y luego, en la recién construida de Maripérez. En estas ocasiones sociales y en las principales festividades religiosas de cada año, las damas concurrían no solo por los rezos sino también para ratificar su persistente entusiasmo en lucir "el último grito de la moda".

Caracas 1957, Fundación Fotografía Urbana
Caracas 1957, Fundación Fotografía Urbana

     La suprema ocasión para desplegar total adhesión a las más recientes fantasías europeas, era la tarde cuando finalizaban las veinticuatro horas del Yom Kippur. A partir de las cuatro comenzaba el desfile de las "toilettes", llamadas así porque no se trataba, como ahora, de lucir un vestido, unos zapatos y un peinado sino que incluía sombreros, guantes y capitas de piel tambaleándose sobre sus hombros. Todas esas damas hambrientas o desfallecientes por el ayuno que estaban cumpliendo al respetar el Yom Kippur, flotaban desde la entrada del templo, escaleras arriba hacia el balcón donde solamente era permitida su presencia. Abajo, los hombres, envueltos en sus talits blancos y azules o blancos y negros, rezaban mirando hacia arriba lo que parecía una jaula repleta de aves fabulosas, embriagándose con los distintos perfumes que flotando en el aire provocaban nauseas y hasta mareos.

     Esos fueron los años cuando Christian Dior verídicamente dominó Caracas. Toda mujer que se preciara de su elegancia (¿y cuál no se definiría así eternamente?), lucía sus hombreras, su cintura "avispa" y voluminosa falda más abajo de la rodilla, inflada por unos cuantos armadores. Evidentemente que entonces había más espacios o menos gente, haciendo posible las circunvalaciones de esas faldas que parecían a puntos de revivir el vals vienés.


Foto de Willy Rizzo, revista Life, 1953


     Nadie como mi hermana Mercedes y sus amigas para adoptar a Dior como su nuevo uniforme. Me da mucho placer nombrar con sus apellidos de solteras a algunas que compartieron con Mercedes su lema favorito ("si quieres ser bella y elegante, tienes que sufrir"): Elsa Tamayo, Mercedes Herrera, Leonor Zuloaga, Maritza Obadía, Cachi Pocaterra, Mary Taurel, la Nena Palacios, Gloria Zea desde Bogotá, y la reina absoluta, Mimí Herrera (nunca se le conoció de otra manera). En una visita a Nueva York, Mercedes conoció a George Kogel y dos meses después los casó un rabino reformista, en el Plaza, a mediodía. Poco después, George compró una propiedad en Kings Point, Long Island, con gran casa en el medio y alrededor, bosque, piscina y cancha de tennis, pero mercedes siguió viviendo en Manhattan donde figurar significaba ser descubierta y escogida por Irving Penn o Ricard Avedon, los dos fotógrafos que monopolizaban las más prestigiosas revisas de modas. Avdeon vio a Mercedes en una ascensor, le habló y así comenzó la fugaz carrera de mi hermana como modelo no profesionar sino social, "socialité model", implicando que éstas últimas posaban solamente por placer o con fines benéficos, y no como las asalariadas de una agencia.

Damas caraqueñas, años 50's, vestidas de Dior
Foto de Willy Rizzo, revista Life, 1953

     Con Avedon y Penn, los fotógrafos de alta moda se pusieron de moda. El arte de posar adquirió una impresionante complejidad basada en la novedad, el énfasis en los estrambóticos y el concepto de que la manera más exquisita de mostrar trapos es precisamente no mostrarlos como simples maniquíes. Coincidió todo este furor con la notoriedad del pop-art. De la confusión que crearon sus similitudes, ambas tendencias salieron ilesas y rotuladas como "artísticas". El Whitney Museum por un lado y el Costume Institute del Metropolitan Museum, este último capitaneado por la indomable Diana Vreeland (el adjetivo es preciso), fueron las instituciones que triunfaron en sus redención hacia la fotografía de alta moda.


Ricard Avedon

     "Daiana" O "La Vreeland" declaró (más que escribir, ella declaraba) en "D.V." (suerte de autobiografía fantaseada, publicada por Alfred Knopf en 1984) que "el propósito de las fotografías de moda es dar un punto de vista. La mayoría de la gente no tiene un punto de vista y necesita que se lo den", añadieron en otra de sus páginas su citada definición: "La moda es el alivio más intoxicante que te aparta de la banalidad del mundo".

     Ese "punto de vista" "intoxicante" es el atractivo más contundente que poseen las fotografías de moda. Saltan a la vista, proclamando ese último grito que anualmente se renueva. Son exclamaciones de alegría y asombro que conducen a la adquisición de los modos propuestos. Si la moda es otra imagen más de los tiempos o, al menos la más evidente o superficial, ¿quién no quiere llevarla para mostrar que está al día? Por supuesto que habrán quienes se resisten a incorporar el último grito a sus vidas, prefiriendo "lo clásico". La papisa Vreeland les arquearía las ceja antes de sentenciar: "Darling, lo clásico pertenece a los museos. por una vez podría frenarse la lengua respondiéndoles en ese francés con que aderezaba su ingenio: "Plus ca change, plus c'est la meme chose" porque el secreto de la moda, o su mayor encanto, es que no permanezca. Permanece felizmente el arte de sus fotógrafos y la muestra que reúne esta Cuarta Bienal de Artes Visuales Christian Dior. Esta es amplia prueba de la vigorosa diversidad de talentos que ejercen esta profesión en Venezuela. Prueba también de que los respaldan suficientes diseñadores exitosos con quienes trabajan. La versatilidad de todos estos creadores asombraría a mi hermana Mercedes. A treinta años de sus muerte, nuestro país es otro en lo malo y también en los bueno. Más le agradaría saberme escribiendo los recuerdos de cuando yo me salía de mis clases en Columbia para verla frente a Avedon. "¡No me poses, no me poses, olvídate de mí!", él le gritaba y de ese olvido salido de ese grito, brotaría gloriosa otra foto para Vogue.



Revista de la Cuarta Bienal de Artes Visuales "Christian Dior".
Caracas, agosto-septiembre 1995
Catálogo nro. 24

domingo, 16 de marzo de 2014

Lo cultural en la secesión de naciones: sospechas sobre un laboratorio de guerra


    
     Estoy seguro de que todos los sectores sociales de Venezuela tienen razones para protestar y quejarse de la gestión del Estado y del Gobierno, en muchos aspectos. Sin embargo, es notable que las manifestaciones opositoras, tanto pacíficas como violentas, se han dado masivamente en las capas medias y altas de la sociedad.

     Eso es hecho notorio. Por otra parte, la geopolítica económica en la que está situada Venezuela y Latinoamérica sigue siendo apetecible por intereses devoradores de la vieja dirigencia que rodea el poder económico, militar y político estadounidense. El imperialismo ha entendido que los conflictos modernos abren sus heridas en las identidades nacionales.

     Desde el NacionalSocialismo de Hitler, hasta la Ucrania de hoy, se advierten sociedades con sensibilidades y problemas que vierten su frustración final en razones de nacionalidad y de raza, en gran parte. 

     La antigua Yugoslavia, por ejemplo, tenía una amplia diversidad cultural con fronteras evidentes entre los pueblos, produciendo, aparte del fracaso del viejo modelo socialista, división de naciones sin ninguna posibilidad de comunicación e integración posterior, hasta emerger una diminuta nación como Kosovo, luego del golpe suave a Milošević.

     En la actual Irak, en guerra, la inteligencia norteamericana también aprovechó la delgada línea de paz entre los pueblos, suníes, chiíes y kurdos, donde Hussein estableció un marco de convivencia a través de duros reglamentos basados, como es natural, en el poder teológico personalista de la región islámica.

     Por todo esto, la secesión de las naciones culturales es una estrategia muy eficaz de la inteligencia gringa para mantener focos violentos en el mundo, y justificar una intervención, militar o política, en los asuntos soberanos de los pueblos, casualmente inclinados al socialismo, y someterlos al status quo financiero de sus intereses.

     Como paréntesis, lo curioso de esto es que no hay nación más diversa, etnográficamente, que Estados Unidos de América. Ellos conocen muy bien de un Estado-nación fuerte, represor y sin fisuras en su sistema político y social, que evite a toda costa un movimiento secesionista por diversos motivos; se me ocurre, por ejemplo, la mayoría mexicana y católica de muchas ciudades y estados.

     En Venezuela, la cosa se torna muy cuesta arriba, por ahora, para los laboratorios de guerra. En principio, la clase media y alta de las últimas décadas, que representaron el símbolo mediático y visible de éxito en nuestra sociedad, ha cultivado el anti venezolanismo y el anti latinoamericanismo, mediante distintos aparatos institucionales de la escuela, la universidad, los medios de comunicación y el entretenimiento.

     Muchos subestiman, por ejemplo, los valores derivados de la industria de Florida y California en el entretenimiento, digamos, ventana del mundo hispano en EEUU; ejemplo: vetar artistas por dar conciertos y muestras de apoyo a Cuba o Venezuela; impulsar un tipo de comedia que sea una burla a nuestra identidad; exaltar etnológicamente a sectores minoritarios en la publicidad, telenovelas, películas.

     Lo popular, en fin, se vuelve hostil en ciertas capas de nuestra sociedad debido a un complejo aparato comunicacional. El cambio de época en Latinoamérica produce quiebres de paradigmas culturales en este aparato; pero, lo bueno, es que se vuelve inclusiva y participativa, muy peligroso para los planes del Norte. A pesar de los ataques, afortunadamente, Venezuela posee una diversidad cultural dentro de un marco de tolerancia, cosa envidiable en muchas latitudes.

     Mi recomendación: mosca con los estigmas raciales y socioeconómicos. Los movimientos secesionistas son productos de barreras de este tipo y son instrumento de las estrategias de las potencias. Es el último recurso de las intervenciones. A pesar de nuestro alto mestizaje, para nadie es un secreto que las diferencias económicas vienen acompañadas de ciertas diferencias raciales. Esto no debería ser usado en el discurso político por parte de quienes quieren la paz y la cohesión nacional. Que la comedia de la dirigencia opositora y estudiantil no nos distraiga. 
   














miércoles, 25 de diciembre de 2013

La muerte de las ciudades venezolanas

     La arquitectura y el urbanismo de las ciudades, en alguna medida, va moldeando actitudes socio culturales. Si acaso, el concepto de ciudad va destruyéndose como modo de vida "ideal". 

     Lo que conocemos como ciudad, en Venezuela, puede ser producto de un proceso de modernización desde el perezjimenismo hasta cierto punto de los gobiernos del Pacto de Punto Fijo; una suerte de consolidación del American Way of Life, proveniente del modelo del vehículo automotor como fin último del desenvolvimiento social. 

     Este modelo, venezolanizado y reforzado por corporaciones transnacionales de comunicación, se consagró como objetivo en una juventud daltónica, que se vio más fina y purificada por las continuas inmigraciones europeas, y quienes se establecieron como estereotipo publicitario. 

    Este modelo, abarcado también por sistemas de pensamiento que surgieron por "generación espontánea" del mercado, en las escuelas y universidades de la clase media... Ese modelo... llegó a su punto máximo. 

     En Venezuela, es casi imposible hablar de reciclaje y de sistemas sustentables. Esa vorágine de exclusión, que explotó en los años 80's, dejó llagas imborrables. 

     Posiblemente, seamos la última de dos generaciones estúpidas. En EEUU, están los primeros indicios de  dudas sobre este sistema de vida.

    En nuestro país, no solo casi se descarta el reciclaje, sino que parece imposible un tipo de transporte que deseche el vehículo personal, y, además, creen normal una vivienda separada del resto de la vida por una autopista... creen normal una caminadora o una bicicleta estática en casa. 

     Esta generación estúpida cree normal un centro histórico o un bulevar en las peores condiciones, mientras sus calles del suburbio estén bien asfaltadas e iluminadas. 

     Es cierto que la delincuencia nos agobia, pero eso tampoco impide una excesiva compra de vehículos automotores y un consumo exponencial de entretenimiento nocturno, como los hemos tenido. 

     Por ello, pienso que la esperanza de Venezuela pueden ser los pueblos. Ellos poseen una sabiduría de la movilidad muy simple y concreta. Los pueblos concentran una riqueza de identidad que será motor para el urbanismo del mañana. Sinceramente, no creo que nuestros íconos culturales se centren en humoristas y cantantes metropolitanos copiones del norte y del modelo "mayamero". 

     Me convencí de lo mismo al escuchar las intervenciones, con Maduro, de los alcaldes de los pueblos: se basaban en sistemas de productividad propias de las comunidades, que respeten a la naturaleza y le den al pueblo un modo de vida próspero y tranquilo. Estos eran los menos populares para la juventud estúpida. Esta juventud, para nuestra desgracia, aplaudía a los alcaldes de las decadentes ciudades, que ni le paran pelotas a la movilidad, la vivienda, la seguridad, la compenetración de la gente con los proyectos y los problemas... porque estas gentes están encerradas en sus casas, en sus calles oscuras, lejos de sus raíces, esperando a que algo pase, a que vuelva Radio Rochela en la TV y la harina PAN en la esquina. 

    No estamos lejos de volver a recibir el año en la puerta de la casa,  con nuestros familiares y vecinos, como en el pueblo, mientras acabamos de comprar algo en la bodega o llegar del trabajo en bicicleta o en el colectivo a gas. Para que esto pase en Caracas, Valencia, Maracaibo, Puerto Ordaz, debe morir el modelo. 

     Paciencia y activismo. 

    


sábado, 9 de noviembre de 2013

Identidad, artes y sociedades

                                                            El americano en vías de extinción está de vuelta


Leslie Fiedler1


    A medida que pasa el tiempo histórico, perdemos perspectiva de las relaciones entre la tradición, las artes y la sociedad. Cada vez menos se producen contenidos que conciencien, en las instituciones, de identidad, etnografía, cultura. Y, esto, a pesar de los inmensos esfuerzos de los gobiernos.

     Además de tener la “mano negra del mercado” que todo lo resuelve mediante un feliz consumo, está la “mano negra de la educación”, que parece ser la única vía posible para eso que llaman desarrollo.

     Varios filósofos del s. XIX advertían la falacia de una educación para todos, ya que produciría “desequilibrios” sociales. Dos siglos después, podemos darnos cuenta que la educación jamás puede ser neutralmente buena, ya que está cargada de morales y conceptos sustentados, muchas veces, por intereses.

   Es altamente preocupante cómo profesionales, especialmente de humanidades, consideran al consumo y a la educación como sistemas neutros, sin objetivo ideológico alguno, a menos que estos sistemas se etiqueten a sí mismos como tales.

     Cada institución conspira para partir en pedacitos tecnocráticos su área del saber, y fraccionar cualquier intento de visión holística e historicista de cada producto, de cada retazo de la realidad.

     En Los Ángeles, California, y en el calor de su hogar, el flautista y artista internacional Pedro Eustache nos manifestaba su pasión y estudio por las cadencias de los conciertos para flauta de Mozart.

     Pedro obtuvo una especie de respuesta a cada tipo de cadencia, de acuerdo al estilo clásico. Se sentía en la capacidad de argumentar, estilísticamente, cada matiz, cada armonía, melodía y rubato. Lo más cómico (o triste) de todo es que afirmaba una especie de frustración porque este tipo de conocimiento no lo producían, ni publicaban, ni actualizaban en los conservatorios de música europeos.

     ¿Será esto una negligencia o pura casualidad? Si sacamos cuenta, tampoco es que nosotros tengamos tratados de tamunangue, joropo o de valses venezolanos, que sean distribuidos en las academias de música, por ejemplo.

     Hay que tener en cuenta las circunstancias sociales y políticas que pueden rodear una manifestación artística. Nadie se está preguntando qué implicaciones socio históricas tiene cada arte como ritual. Por ejemplo: qué significa, en pleno s. XXI, sudar bajo un caluroso traje de gala en un concierto clásico en el caliente trópico. ¿Qué estamos conmemorando aun o qué tipo de ritual seguimos reproduciendo?

     Y es que todo arte y tradición se enmarca en una estructura histórica que da cuenta de mecanismo idiomáticos, que a su vez nacieron de coyunturas políticas y sociales. Es decir, una “harina PAN” que, muy pronto y si así seguimos, nadie sabrá su origen indígena, enmascarado por una logo de señora blanca encopetada (¿ama de casa norteamericana?) y una empresa que se constituye como dueña y señora de la arepa. Entre otras cosas, sistemas económicos que configuran la visión histórica de una sociedad que la reproduce en masa.

     Y, como dije antes, también sistemas políticos. El historiador Ruggiero Romano2 (1994) critica, con gran elocuencia, el carácter “latino” de nuestros países. Desglosa la “latinidad” como la herencia del proceso por el cual la Roma imperial invadió a los pueblos del Lacio (región de Italia), constituyéndose en un imperio cristiano católico de gran legado, abarcando territorios de España, Portugal, Francia, Rumania, Suiza. Lo curioso es que los suizos, franceses, incluso alemanes, siendo herederos históricos del Imperio Romano, no se denominan latinos fervientemente como nosotros.

     Así las cosas, al independizarnos del Reino de España, Nuestra América sigue siendo, de alguna manera, eurocéntrica al denominarse “latina”. Esto se torna preocupante al confirmar que también somos herederos de culturas milenarias indígenas, de cientos de pueblos de África y toda la diversidad ibérica que no se deriva necesariamente de lo católico o latino, como los judíos sefardíes, moros y gitanos y, ni hablar, de la Grecia antigua tan estereotipada y “heteronormativa” de las películas.

     Cada vez más me doy cuenta que conocer y disfrutar, a profundidad, la diversidad, es un instrumento de liberación. Vivir lo que somos.



Notas bibliográficas


  1. Monsonyi, Esteban (1982). Identidad Nacional y culturas populares. Caracas: La Enseñanza viva.
  2. Blancarte, R. (Comp.). (1994). Cultura e identidad nacional. México D.F: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.


miércoles, 30 de octubre de 2013

Homotransfobia: Oda al Patriarcado moderno


     Las sociedades estructuran un modelo de poder que engrana todas las instituciones, formas de vida y formas de relacionarse. Parece imposible deshacerse de esto. Ahora, esta afirmación está hecha desde la razón, pero, ¿qué pasa cuando nuestros sentidos captan otras formas más libres, más heterodoxas y menos estudiadas desde el poder?

     ¿Qué pasa cuando nacemos y llevamos con nosotros una raíz totalmente nueva? ¿Una idea de querer y de sentir totalmente desaprobada por los cánones? ¿Qué ocurre cuando la sensibilidad para amar es prohibida y nos encontramos presos, sin aire alguno para expresarnos? El mundo se vuelve aun más hostil. 

     La homotransfobia reprime todo este sentir, pero, lo que es peor, hace al individuo negarse una manera de amar, y, por lo tanto, tener un lugar en el poder. El miedo al fracaso social. 

     Siempre he insistido en cómo los medios de comunicación y la iglesia no solo son una manera de gestionar y controlar el poder, sino de determinar totalmente la sexualidad en los individuos. Y sexualidad es poder.

     La sexualidad nos da seguridad sobre nuestro cuerpo y nuestra manera de aproximarnos a los otros, y, si esta seguridad no existe, permitimos que agentes externos anulen la posibilidad de ser independientes en la manera de pensar, de sentir, de tocar y hasta de hablar y caminar. Nuestro lenguaje se achica. 

     No existe mayor ejercicio de la violencia que esta práctica de legitimación de formas específicas del sentir. El hecho de que la vida homosexual de individuos famosos sea de manejo totalmente privado -a diferencia de la farándula de chismes de los famosos heterosexuales- es una forma de decirnos que no está permitida; al igual que los innumerables sketchs rocheleros que desaprueban con risas las maneras sexodiversas, humor asesino tan arraigado en nuestra sociedad gracias a centenarias concesiones radioeléctricas. 

     La vida en pareja de distintas tendencias es censurada con la excusa de que "es su vida". En peores casos, las relaciones públicas han diseñado métodos en los que personas públicas y de prestigio abren una vacante de pareja heterosexual para mantener una imagen "intachable" ante los quehaceres de índole social y empresarial: una esposa vitrina relacionista pública.

     En Latinoamérica, la iglesia se ha consolidado como base para que el patriarcado mantenga relaciones de control más estrechas, en el ámbito familiar, social, comunal, laboral. El desmontaje de la familia tradicional es un reto y tabú, un miedo al fracaso del macho vernáculo y de la miss osmeliana. En una sexualidad plena, el individuo tiene más agallas para elegir, a pensar, a sentir, y no creo que al mercado oligopólico y a las iglesias les convenga. El camino es largo pero no imposible. 

viernes, 23 de agosto de 2013

Caracas, la salvaje ilustrada

     Caracas, la de las abuelitas y abuelitos foráneos, que son de quien sabe cuál pueblito o caserío venezolano. La de los techos rojos, que quedó mucho más atrás, incluso antes de la era puntofijista. Caracas, la que soñaba con rascacielos y no con vivas calles ni con plazas. La de los Nazoa, la de Otero Silva, Uslar Pietri, Gallegos. 

     Los que juzgan a Caracas no conocen a Venezuela. No la conocen los que omiten una historia de tanta violencia y machismo. Qué será lo que tiene Venezuela, que uno no dejar de seducirse por esa improvisación, esa risa, ese peor-es-nada, esa muchedumbre y ese tongoneo, el verdor de la vida, la sazón del olvido, el fresquito de la suerte, la crudeza del poder y de la mafia perpetua. 

     Siempre fuimos así. Venezuela no es Caracas, pero Caracas es Venezuela. Nos apellidamos con el bochinche y la alegría. Aunque, veo más a menudo cómo esta ciudad se destruye y se construye, desde las cenizas. Cuando muere un motorizado, nace un ciclista; cuando un adulto ensucia, un niño se educa; cuando un corrupto va a la cárcel, nace un servidor público; cuando un rancho se cae, se edifican viviendas; cuando un viejito cruza la calle en rojo,... bueno, no puedo ser tan idealista. Pero la he visto cambiar.

     Cuando me mudé a La Candelaria, la zona era un mercado en el que no se podía respirar y caminar sin ser víctima de un delincuente, al igual que Sabana Grande. Se crean espacios, la voluntad pública es buena, pero el país es difícil. Tenemos unas bases sociales tan frágiles como la moral de nuestros conquistadores y la disciplina de los Caribes; descendientes del atraso gomecista y la riqueza clasemediera fácil. Además, somos más, nos multiplicamos, no dejamos de parir, la población es demasiado joven.

     Por otro lado, quién puede dudar de tanto personaje venezolano que sentó bases morales tan insospechadas, que cualquier nación del mundo envidiaría. Un Bolívar, un Chávez, un Simón Rodríguez, un Francisco de Miranda, un Andrés Bello, un Ezequiel Zamora, una Teresa Carreño, un Picón Salas, un Alejo Carpentier; verdaderas lumbreras formadas en una ciudad salvaje. "Civilización y barbarie".