¿Quién
le canta al signo mujer? Al menos el Centro de las Mujeres de Temuco, no, como
Antígona, grita mas allá de los limites de la comunidad, haciéndose responsable
de las lógicas parciales y localizadas de sus acciones políticas y recordando
que ser mujer es posible sin necesidad de tener vagina, y que así mismo es
posible una política radical hyperidentitaria y postidentitaria, como formas de
evitar la cooptación por los aparatos de captura de las sociedades de control,
y tratan de trazar un diagrama para nuevas formas de cuerpos, deseos y
subjetividad.
Cuerpo Trans, Activista Feminista del Centro de las
Mujeres de Temuco
Los sistemas
políticos, económicos y sociales conducen a ciertas maquinarias de sentido en
el lenguaje. América Latina tiene sus propias características para afrontar la
nueva dinámica de identidad sexual. Sus instituciones, historia, demografía
confluyen en un mar de creencias y normativas que permiten la discriminación
por orientación sexual o género.
Por su parte, el
mercado y los medios de comunicación actúan desde una lógica de la ganancia,
desde la cual van participando distintos arquetipos, estereotipos globalizados,
así como manifestaciones culturales autóctonas y tradicionales, como parte de
la mutación social y generacional.
Aquí revisaremos
las distintas partes del engranaje de esta normativa del lenguaje y los medios
que conllevan a discriminaciones y homofobia generalizada, así como
construcciones de identidad taxonómicas y dicotómicas de sexualidad.
Evaluación de los códigos que significan
Si hablamos de
lengua, también hablamos de signos, símbolos, léxico, interacción, sentido,
significantes y significación, todos ellos conjugados por las distintas áreas
de la vida humana, y reproducidos en serie por los grandes medios de comunicación.
El Dr. Juan
Barreto (2006), en “Crítica de la Razón Mediática”, expone que el código y los signos no condicionan los
significados, sino todo lo contrario. El significante y significado está dado
por una promesa y expectativa discursiva, que, apoyado en Focault y Deleuze,
afirma que “los signos son estrategias en donde el devenir signo es una plano
de consistencia del contenido del sentido en un contexto o formación discursiva”.
Es decir, existe
una realidad en la que todo ser humano está inmerso y que la emerge como
necesidad y deseo de la interacción, en forma de signo-significado. Esto produce
significantes que trastocan y normalizan relaciones. De hecho, la utilización
de la lengua produce su propia destrucción-construcción de significantes.
El profesor
Barreto, por ello, apunta a que mientras nos comunicamos, vamos reproduciendo
el modelo de poder imperante y a la vez lo vamos destruyendo y modificando,
debido a las reglas de juego o reglas del lenguaje. También lo resalta Lyotard (1987)
en “La condición postmoderna”, citando
a Parsons:
Un proceso o un conjunto de
condiciones o bien “contribuye” al mantenimiento del sistema, o bien es
“disfuncional” en lo que se refiere a la integridad y eficacia del sistema.
Las reglas del juego
No hay que olvidar
que el lenguaje forma parte de una dinámica de relaciones, y estas relaciones
tienen caracteres históricos, narrativos, lúdicos y de poder. Por lo tanto, los
signos son usados en el discurso cotidiano en un estado de cosas que sirven de
plataforma comunicacional, y que se van transformando de acuerdo a situaciones
y hechos.
Según Barreto, estas
reglas del juego también están vinculadas a los grandes Relatos que van
sembrando en nosotros una cantidad de tradiciones y valores que transversalizan
nuestra interacción. En el caso de la sexualidad, el rol “fijo“ social de
hombre y mujer y su unión de pareja, deja de ser una regla solo de práctica
judeocristiana-institucional, al ser incorporada a estereotipos massmediáticos para conjugarse en el
mercado.
Es una especie de mercado semántico que va engranando nuestros
sistemas de lenguaje, los grandes relatos, héroes religiosos e históricos con
el uso cotidiano de las palabras o signos, constituyendo un tejido que nos
vende significado.
Recordemos que al
mercado liberal podemos considerarlo una institución que forma parte de nuestro
lenguaje y que tiene como una de sus características la producción en serie. Judith Butler (1997), en su obra “Lenguaje, Poder e Identidad”, describe el
peso de este poder institucional en el lenguaje:
Si el lenguaje
sólo representa las condiciones institucionales que le dan su fuerza, ¿en qué
consiste esa relación de "representación" que explica las
instituciones que están representadas en el lenguaje? ¿No es acaso una relación
de significación la relación mimética que tiene el lenguaje con las
instituciones previas del poder social, es decir, el modo como el lenguaje
llega a significar el poder social? Esta relación sólo puede explicarse por
medio de una nueva teoría del lenguaje y de la significación.
El discurso,
nuestro discurso, está influenciado por estos engranajes sociales que
clasifican personas según su genital y composición biomórfica, y de acuerdo a
eso, se establece una regla de identidad sexual que permea nuestro lenguaje,
palabras, actitudes, que pasan a ser normativas de discurso y significantes
semifijos.
Construyendo
la semántica sexual
Las palabras,
tanto escritas como habladas, constituyen un vehículo de significados –no del
todo completos y satisfactorios-, que van generando textos en las sociedades,
con distintos objetivos de uso. Estos significados pertenecen a una realidad
compartida de los individuos, y existen diferentes lecturas, tanto de esta
realidad como de los significados a los que se refieren los textos, en tanto
que conjunto de signos.
Esta realidad y
sus significados, como interpretaban los nominalistas griegos, pueden ser
emergidos por medio de los signos, objetivamente, lo cual permitía poseer y
aprehender el significado de la cosa referida en su totalidad. En resumen, un
mundo de ideas apartado del físico (Platón).
Varias etapas de
la semiótica fueron transcurriendo hasta que Barthes, Deleuze y otros fueron
dándole peso a los signos como estrategias comunicativas, y a los sujetos como participantes y signos del enunciado en
cuanto compartían similitudes y diferencias que construían una relación
dialéctica (Marx).
Estos signos,
convertidos en estrategias comunicativas que ponemos en práctica, no parten de
lo metafísico sino de cadenas de nociones y símbolos trastocados por las reglas
del juego. La sociedad actual objetiva al
ser humano al clasificarlos por su sexo, y durante siglos las instituciones
religiosas le dieron a esa característica una noción metafísica, creyendo en el
mantenimiento del sexo incluso después de la muerte.
Los grandes
Relatos religiosos y míticos están repletos de la creencia de un más allá que
mantiene nuestro sexo y genital, por ejemplo. Esto demuestra el férreo sistema
clasificatorio de lenguaje de nuestra identidad sexual, evitando así un sistema
de lenguaje más sexo diverso y produciendo una inamovilidad sexual por el resto
de nuestras vidas. “Si eres hombre, morirás hombre. Si eres hombre, y te gusta
un hombre, te gustarán los hombres por el resto de tu vida”, por ejemplo.
No estoy abogando
por una eliminación total de las clasificaciones en este preciso momento
histórico, sino abordando el origen de las heteronormativas sociales desde
nuestro lenguaje y los Relatos que permiten estos sistemas de interpretación.
Así las cosas,
las taxonomías de género llevan consigo toda la carga social e histórica de la
época. El signo “hombre” o “mujer” no solo lleva el genital o su gusto sexual;
también lleva su costumbre, rol social, rol sexual, vestimenta, responsabilidades,
actitudes, jerarquías, funciones, todas ellas encaminadas a una significancia
normativa y a un status quo.
Decir “Fernando
comprará su vestido”, reviste toda una estructura social que producirá ruido en
la comunicación de varios de nosotros. Más allá del rechazo que se pueda
obtener del interlocutor, es el mismo mercado y la narrativa audiovisual, con
sus reglas sociales del juego que mantienen un cerco del “deber ser” y que
conducirá a preguntas como: “¿Es gay? ¿Tiene pene? ¿Tiene vagina? ¿Se
prostituye?”
Toda esta
confusión y las respuestas a estas preguntas pueden conducir al rechazo en
cualquiera de sus combinaciones sí/no. Es
muy difícil romper el cerco de discriminación si primero no se rompe el cerco
semántico normalizador de lo que debe o
no significar ser hombre o mujer, o
sencillamente dejar de ser una y otra cosa.
Por los grandes
sectores de la comunicación, se ha modelado siempre los sistemas semánticos
dominantes, por herencia histótica, religiosa y económica, dirigido tradicionalmente
por una élite. En este caso, el signo de ser humano o persona se ha
bipolarizado, gracias a las dinámicas sociales, políticas y religiosas que ha
enmarcado a la sociedad en una jerarquía infranqueable.
Esta jerarquía
también domina nuestro lenguaje, hasta clasificarnos sexualmente. El
patriarcado ha predominado en el flujo de estas relaciones históricas,
resaltado por Engels (1897), en “El Origen de la
Familia, el Estado, y la Propiedad Privada” como el sistema de dominio más
antiguo.
En este respecto, Lyotard (1987) aporta que las instituciones sociales
median el lenguaje a través de sus propias esferas de creación de conocimiento
para poder legitimar categorías sociales y normalizar ciertas morales y
prácticas:
El científico
se interroga sobre la validez de los enunciados narrativos y constata que éstos
nunca están sometidos a la argumentación y a la prueba. Los clasifica en otra
mentalidad: salvaje, primitiva, sub-desarrollada, atrasada, alienada, formada
por opiniones, costumbres, autoridad, prejuicios, ignorancias, ideologías. Los
relatos son fábulas, mitos, leyendas, buenas para las mujeres y los niños. En
el mejor de los casos, se intentará hacer que la luz penetre en ese
oscurantismo, civilizar, educar, desarrollar. Esta relación desigual es un
efecto intrínseco de las reglas propias a cada juego. Se conocen los síntomas.
Constituyen toda la historia del imperialismo cultural desde los comienzos de
Occidente. Es importante reconocer al garante, que se distingue de todos los
demás: está dominado por la exigencia de legitimación.
De manera que el intercambio cotidiano de significación también están
dadas por relaciones de poder, intermediadas por instituciones legitimadoras,
por cada área e interconectadas. No es un juego del todo vertical sino
multipolar y desigual, en el que los significados de los signos reproducen
jerarquías simbólicas y el individuo ejerce mecanismos de protección al
reiterarlos.
Con el patriarcado, tratamos significaciones de poder milenarias desde
el principio de los tiempos. Incluso, es una forma de lenguaje y poder que
puede o no estar acompañada de la heteronorma, como es el caso de los griegos
antiguos, sociedad basada en el “amor homosexual” pero en la esclavitud
femenina.
Transgredir el orden desde el lenguaje
Los medios, las escuelas, los maestros, las familias, las sociedades y
religiones van reproduciendo el discurso taxonómico de las identidades
sexuales. La posesión de genital conlleva a tradiciones históricas de roles,
normas, costumbres, actitudes, responsabilidades que se fortalecen en el
discurso de la sociedad.
La perspectiva queer de
disidencia sexual pretende eliminar la separación de los géneros desde el mismo
discurso normativo cotidiano, cuyo objetivo es eliminar los requisitos legales
y estadísticos de género. Se parte de que las distintas clasificaciones
sexuales se debe a una construcción social e histórica sobre roles laborales,
sexuales y sociales.
Este es uno de los ejemplos más antiguos de cómo se va legitimando una
práctica que va dejando de ser atribuida a lo físico y más a las interacciones
de poder, mediadas por los signos, los símbolos y los significados.
De hecho, la insistente clasificación léxica sobre orientación sexual
discrimina culturalmente a la variedad del ser humano en cuanto a gustos,
creencias, prácticas y roles.
Más aun, la llamada sociedad de Gay, Lesbianas, Bisexuales, Transexuales
e Intersexuales (GLBTI) es una construcción semántica difundida por las grandes
instituciones y encasillada en un marco que sigue siendo heteronormativo y
patriarcal, evitando la transgresión de un orden mundial establecido por los
grandes Relatos y las relaciones condicionantes de un mercado liberal
–resaltando aquí una su naturaleza de producción cultural industrial.
Entonces, el uso de las identidades sexuales en el lenguaje puede ser
performativa, ya que es una construcción socio-histórica y mediada por grandes
medios de comunicación, a favor de las reglas del juego. La eliminación o el
concepto no fijo de una identidad de género, por ejemplo, puede introducir una
nueva carta de juego en las condiciones del tejido social, produciendo un
movimiento alternativo a las taxonomías sexuales patriarcales.
Una vez que los sistemas de interpretación de la sociedad y sus élites
condicionan una noción a un signo para rechazarlo, impone unas reglas del juego
que cierran los caminos de las minorías hacia una reconocimiento propio, como
es la noción de GLBTI. Desde la perspectiva queer
de la identidad de género, se plantea cambiar estas reglas del juego,
resignificando las nociones que el patriarcado impone sobre la base de la
discriminación, de lo anómalo y de lo no humano. Butler explica el carácter
performativo del lenguaje discriminatorio, desde los discriminados:
Los epítetos
racistas no sólo apoyan un mensaje de inferioridad racial, sino que ese
"apoyo" supone la institucionalización verbal de esa misma
subordinación. De ahí que se entienda que el discurso de odio no sólo comunica
una idea ofensiva o conjunto de ideas, sino que además realiza el mensaje mismo
que comunica: la comunicación en sí es a la vez una forma de conducta.
En este sentido, es válida la posibilidad de empezar otro juego y con
otros métodos distintos a los que los disidentes sexuales han puesto en
práctica hasta ahora; esto es no clasificarse desde la visión patriarcal sino
desde la persona como individuo de actitudes y normas propias, fuera de los
estándares taxonómicos de la sexualidad. Como ejemplo, está el nombre de uno
mismo, que existe desde el
nacimiento, regido por las heteronormas de la sociedad y no por la evolución,
las actitudes sociales y roles sexuales que puedan presentarse en determinada
circunstancia.
No es poca cosa. Se trata de una sedimentación cultural y lingüística
que nos clasifica como seres humanos, de jerarquías con capas sociales
numerosas, por acumulación de reglas que, si bien son sistemas de significación
“útiles”, también se traducen en barreras moralizantes. Un ejemplo de
transgresión es este fragmento de la declaración web de Rafaela Nuñileo,
estudiante de Filología de la Universidad Santiago de Chile, llamada
“Manifiesto del postravestismo” (2012):
Mi cuerpo habla desde su postontología mapulésbica (de mapuche, Chile),
entonces, que no requiere más prueba de verdad que ser enunciada: es
performativa, y se basta con la palabra. Dado que mi realidad es lo que me dé
la gana (recordemos que éste es un país blanco porque a los mestizos les da la
gana ser blancos), ahora mismo me da la gana ser una mujer trans (transexual y
transracial), mapuche y lesbiana. Soy, además, negra, porque me da la gana ser
negra. Ya lo he dicho antes en otro lugar: no tengo la culpa de vuestro
daltonismo comtiano.
Ensayo para la cátedra de Comunicación y Desarrollo, con el profesor Juan Barreto, Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela (2013)
Fuentes documentales
BARRETO, Juan.
“Crítica de la Razón Mediática: Ensayos Sobre Biopolítica y Potencia Política
Del Cuerpo, (Pre-Textos para un Debate Por el Socialismo). Universidad Central
de Venezuela y el Centro de Investigaciones Post-Doctorales (CIPOST), Caracas,
2006.
BOURDIEU, Pierre.
“Language and Symbolic Power”, editado por John B. Thompson, traducción de Gino
Raymond y Matthew Adamson, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1991a.
["Lenguaje y poder simbólico", en ¿Qué significa hablar? Economía de
los intercambios lingüísticos]. Akal, Madrid, 1999.
BUTTLER,
Judith. “Lenguaje, poder e identidad”. Editorial Síntesis. Traducción y
prólogo: Javier Sáez y Beatriz Preciado. Madrid, 1997.
Centro
de las Mujeres de Temuco. “¿Quién le canta al signo mujer? A propósito del
enunciado “Por un feminismo sin mujeres” http://www.disidenciasexual.cl/2011/04/¿quien-le-canta-al-signo-mujer-a-proposito-del-enunciado-“por-un-feminismo-sin-mujeres”/
ENGELS,
Frederich. “El Origen de la Familia, el Estado, y la Propiedad Privada”. Editorial
Progreso, Moscú (1981). Escrito en 1884, se publica según el texto de la 4ª
edición (1891).
LYOTARD, Jean
Francois. “La Condición Postmoderna. Informe del Saber”. Trad. Mariano Antolín Rato. Ed. Cátedra S.A 1987. Madrid.
NUÑILEO,
Rafaela. “Manifiesto del Postravestismo”, 2012. http://www.disidenciasexual.cl/2010/11/manifiesto-del-postravestismo/