miércoles, 25 de diciembre de 2013

La muerte de las ciudades venezolanas

     La arquitectura y el urbanismo de las ciudades, en alguna medida, va moldeando actitudes socio culturales. Si acaso, el concepto de ciudad va destruyéndose como modo de vida "ideal". 

     Lo que conocemos como ciudad, en Venezuela, puede ser producto de un proceso de modernización desde el perezjimenismo hasta cierto punto de los gobiernos del Pacto de Punto Fijo; una suerte de consolidación del American Way of Life, proveniente del modelo del vehículo automotor como fin último del desenvolvimiento social. 

     Este modelo, venezolanizado y reforzado por corporaciones transnacionales de comunicación, se consagró como objetivo en una juventud daltónica, que se vio más fina y purificada por las continuas inmigraciones europeas, y quienes se establecieron como estereotipo publicitario. 

    Este modelo, abarcado también por sistemas de pensamiento que surgieron por "generación espontánea" del mercado, en las escuelas y universidades de la clase media... Ese modelo... llegó a su punto máximo. 

     En Venezuela, es casi imposible hablar de reciclaje y de sistemas sustentables. Esa vorágine de exclusión, que explotó en los años 80's, dejó llagas imborrables. 

     Posiblemente, seamos la última de dos generaciones estúpidas. En EEUU, están los primeros indicios de  dudas sobre este sistema de vida.

    En nuestro país, no solo casi se descarta el reciclaje, sino que parece imposible un tipo de transporte que deseche el vehículo personal, y, además, creen normal una vivienda separada del resto de la vida por una autopista... creen normal una caminadora o una bicicleta estática en casa. 

     Esta generación estúpida cree normal un centro histórico o un bulevar en las peores condiciones, mientras sus calles del suburbio estén bien asfaltadas e iluminadas. 

     Es cierto que la delincuencia nos agobia, pero eso tampoco impide una excesiva compra de vehículos automotores y un consumo exponencial de entretenimiento nocturno, como los hemos tenido. 

     Por ello, pienso que la esperanza de Venezuela pueden ser los pueblos. Ellos poseen una sabiduría de la movilidad muy simple y concreta. Los pueblos concentran una riqueza de identidad que será motor para el urbanismo del mañana. Sinceramente, no creo que nuestros íconos culturales se centren en humoristas y cantantes metropolitanos copiones del norte y del modelo "mayamero". 

     Me convencí de lo mismo al escuchar las intervenciones, con Maduro, de los alcaldes de los pueblos: se basaban en sistemas de productividad propias de las comunidades, que respeten a la naturaleza y le den al pueblo un modo de vida próspero y tranquilo. Estos eran los menos populares para la juventud estúpida. Esta juventud, para nuestra desgracia, aplaudía a los alcaldes de las decadentes ciudades, que ni le paran pelotas a la movilidad, la vivienda, la seguridad, la compenetración de la gente con los proyectos y los problemas... porque estas gentes están encerradas en sus casas, en sus calles oscuras, lejos de sus raíces, esperando a que algo pase, a que vuelva Radio Rochela en la TV y la harina PAN en la esquina. 

    No estamos lejos de volver a recibir el año en la puerta de la casa,  con nuestros familiares y vecinos, como en el pueblo, mientras acabamos de comprar algo en la bodega o llegar del trabajo en bicicleta o en el colectivo a gas. Para que esto pase en Caracas, Valencia, Maracaibo, Puerto Ordaz, debe morir el modelo. 

     Paciencia y activismo. 

    


sábado, 9 de noviembre de 2013

Identidad, artes y sociedades

                                                            El americano en vías de extinción está de vuelta


Leslie Fiedler1


    A medida que pasa el tiempo histórico, perdemos perspectiva de las relaciones entre la tradición, las artes y la sociedad. Cada vez menos se producen contenidos que conciencien, en las instituciones, de identidad, etnografía, cultura. Y, esto, a pesar de los inmensos esfuerzos de los gobiernos.

     Además de tener la “mano negra del mercado” que todo lo resuelve mediante un feliz consumo, está la “mano negra de la educación”, que parece ser la única vía posible para eso que llaman desarrollo.

     Varios filósofos del s. XIX advertían la falacia de una educación para todos, ya que produciría “desequilibrios” sociales. Dos siglos después, podemos darnos cuenta que la educación jamás puede ser neutralmente buena, ya que está cargada de morales y conceptos sustentados, muchas veces, por intereses.

   Es altamente preocupante cómo profesionales, especialmente de humanidades, consideran al consumo y a la educación como sistemas neutros, sin objetivo ideológico alguno, a menos que estos sistemas se etiqueten a sí mismos como tales.

     Cada institución conspira para partir en pedacitos tecnocráticos su área del saber, y fraccionar cualquier intento de visión holística e historicista de cada producto, de cada retazo de la realidad.

     En Los Ángeles, California, y en el calor de su hogar, el flautista y artista internacional Pedro Eustache nos manifestaba su pasión y estudio por las cadencias de los conciertos para flauta de Mozart.

     Pedro obtuvo una especie de respuesta a cada tipo de cadencia, de acuerdo al estilo clásico. Se sentía en la capacidad de argumentar, estilísticamente, cada matiz, cada armonía, melodía y rubato. Lo más cómico (o triste) de todo es que afirmaba una especie de frustración porque este tipo de conocimiento no lo producían, ni publicaban, ni actualizaban en los conservatorios de música europeos.

     ¿Será esto una negligencia o pura casualidad? Si sacamos cuenta, tampoco es que nosotros tengamos tratados de tamunangue, joropo o de valses venezolanos, que sean distribuidos en las academias de música, por ejemplo.

     Hay que tener en cuenta las circunstancias sociales y políticas que pueden rodear una manifestación artística. Nadie se está preguntando qué implicaciones socio históricas tiene cada arte como ritual. Por ejemplo: qué significa, en pleno s. XXI, sudar bajo un caluroso traje de gala en un concierto clásico en el caliente trópico. ¿Qué estamos conmemorando aun o qué tipo de ritual seguimos reproduciendo?

     Y es que todo arte y tradición se enmarca en una estructura histórica que da cuenta de mecanismo idiomáticos, que a su vez nacieron de coyunturas políticas y sociales. Es decir, una “harina PAN” que, muy pronto y si así seguimos, nadie sabrá su origen indígena, enmascarado por una logo de señora blanca encopetada (¿ama de casa norteamericana?) y una empresa que se constituye como dueña y señora de la arepa. Entre otras cosas, sistemas económicos que configuran la visión histórica de una sociedad que la reproduce en masa.

     Y, como dije antes, también sistemas políticos. El historiador Ruggiero Romano2 (1994) critica, con gran elocuencia, el carácter “latino” de nuestros países. Desglosa la “latinidad” como la herencia del proceso por el cual la Roma imperial invadió a los pueblos del Lacio (región de Italia), constituyéndose en un imperio cristiano católico de gran legado, abarcando territorios de España, Portugal, Francia, Rumania, Suiza. Lo curioso es que los suizos, franceses, incluso alemanes, siendo herederos históricos del Imperio Romano, no se denominan latinos fervientemente como nosotros.

     Así las cosas, al independizarnos del Reino de España, Nuestra América sigue siendo, de alguna manera, eurocéntrica al denominarse “latina”. Esto se torna preocupante al confirmar que también somos herederos de culturas milenarias indígenas, de cientos de pueblos de África y toda la diversidad ibérica que no se deriva necesariamente de lo católico o latino, como los judíos sefardíes, moros y gitanos y, ni hablar, de la Grecia antigua tan estereotipada y “heteronormativa” de las películas.

     Cada vez más me doy cuenta que conocer y disfrutar, a profundidad, la diversidad, es un instrumento de liberación. Vivir lo que somos.



Notas bibliográficas


  1. Monsonyi, Esteban (1982). Identidad Nacional y culturas populares. Caracas: La Enseñanza viva.
  2. Blancarte, R. (Comp.). (1994). Cultura e identidad nacional. México D.F: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.


miércoles, 30 de octubre de 2013

Homotransfobia: Oda al Patriarcado moderno


     Las sociedades estructuran un modelo de poder que engrana todas las instituciones, formas de vida y formas de relacionarse. Parece imposible deshacerse de esto. Ahora, esta afirmación está hecha desde la razón, pero, ¿qué pasa cuando nuestros sentidos captan otras formas más libres, más heterodoxas y menos estudiadas desde el poder?

     ¿Qué pasa cuando nacemos y llevamos con nosotros una raíz totalmente nueva? ¿Una idea de querer y de sentir totalmente desaprobada por los cánones? ¿Qué ocurre cuando la sensibilidad para amar es prohibida y nos encontramos presos, sin aire alguno para expresarnos? El mundo se vuelve aun más hostil. 

     La homotransfobia reprime todo este sentir, pero, lo que es peor, hace al individuo negarse una manera de amar, y, por lo tanto, tener un lugar en el poder. El miedo al fracaso social. 

     Siempre he insistido en cómo los medios de comunicación y la iglesia no solo son una manera de gestionar y controlar el poder, sino de determinar totalmente la sexualidad en los individuos. Y sexualidad es poder.

     La sexualidad nos da seguridad sobre nuestro cuerpo y nuestra manera de aproximarnos a los otros, y, si esta seguridad no existe, permitimos que agentes externos anulen la posibilidad de ser independientes en la manera de pensar, de sentir, de tocar y hasta de hablar y caminar. Nuestro lenguaje se achica. 

     No existe mayor ejercicio de la violencia que esta práctica de legitimación de formas específicas del sentir. El hecho de que la vida homosexual de individuos famosos sea de manejo totalmente privado -a diferencia de la farándula de chismes de los famosos heterosexuales- es una forma de decirnos que no está permitida; al igual que los innumerables sketchs rocheleros que desaprueban con risas las maneras sexodiversas, humor asesino tan arraigado en nuestra sociedad gracias a centenarias concesiones radioeléctricas. 

     La vida en pareja de distintas tendencias es censurada con la excusa de que "es su vida". En peores casos, las relaciones públicas han diseñado métodos en los que personas públicas y de prestigio abren una vacante de pareja heterosexual para mantener una imagen "intachable" ante los quehaceres de índole social y empresarial: una esposa vitrina relacionista pública.

     En Latinoamérica, la iglesia se ha consolidado como base para que el patriarcado mantenga relaciones de control más estrechas, en el ámbito familiar, social, comunal, laboral. El desmontaje de la familia tradicional es un reto y tabú, un miedo al fracaso del macho vernáculo y de la miss osmeliana. En una sexualidad plena, el individuo tiene más agallas para elegir, a pensar, a sentir, y no creo que al mercado oligopólico y a las iglesias les convenga. El camino es largo pero no imposible. 

viernes, 23 de agosto de 2013

Caracas, la salvaje ilustrada

     Caracas, la de las abuelitas y abuelitos foráneos, que son de quien sabe cuál pueblito o caserío venezolano. La de los techos rojos, que quedó mucho más atrás, incluso antes de la era puntofijista. Caracas, la que soñaba con rascacielos y no con vivas calles ni con plazas. La de los Nazoa, la de Otero Silva, Uslar Pietri, Gallegos. 

     Los que juzgan a Caracas no conocen a Venezuela. No la conocen los que omiten una historia de tanta violencia y machismo. Qué será lo que tiene Venezuela, que uno no dejar de seducirse por esa improvisación, esa risa, ese peor-es-nada, esa muchedumbre y ese tongoneo, el verdor de la vida, la sazón del olvido, el fresquito de la suerte, la crudeza del poder y de la mafia perpetua. 

     Siempre fuimos así. Venezuela no es Caracas, pero Caracas es Venezuela. Nos apellidamos con el bochinche y la alegría. Aunque, veo más a menudo cómo esta ciudad se destruye y se construye, desde las cenizas. Cuando muere un motorizado, nace un ciclista; cuando un adulto ensucia, un niño se educa; cuando un corrupto va a la cárcel, nace un servidor público; cuando un rancho se cae, se edifican viviendas; cuando un viejito cruza la calle en rojo,... bueno, no puedo ser tan idealista. Pero la he visto cambiar.

     Cuando me mudé a La Candelaria, la zona era un mercado en el que no se podía respirar y caminar sin ser víctima de un delincuente, al igual que Sabana Grande. Se crean espacios, la voluntad pública es buena, pero el país es difícil. Tenemos unas bases sociales tan frágiles como la moral de nuestros conquistadores y la disciplina de los Caribes; descendientes del atraso gomecista y la riqueza clasemediera fácil. Además, somos más, nos multiplicamos, no dejamos de parir, la población es demasiado joven.

     Por otro lado, quién puede dudar de tanto personaje venezolano que sentó bases morales tan insospechadas, que cualquier nación del mundo envidiaría. Un Bolívar, un Chávez, un Simón Rodríguez, un Francisco de Miranda, un Andrés Bello, un Ezequiel Zamora, una Teresa Carreño, un Picón Salas, un Alejo Carpentier; verdaderas lumbreras formadas en una ciudad salvaje. "Civilización y barbarie".

sábado, 20 de julio de 2013

Somos datos para un sistema

     El caso Snowden ha reactivado el tema del control de las redes de información por parte de grandes conglomerados gubernamentales y empresariales. No hay que tratarlo como un tema netamente político sino humano e histórico.

     Todos los seres vivos estamos compuestos por información... Sí, materia, si quieres algo más, agrégale alma, espíritu... Pero son, en fin, información. Información diversa, desde la conformación de los Ácidos Ribonucleico (ARN) y Desoxirribonucleico (ADN), los cuales se van configurando totalmente únicos en cada ser humano, hasta el punto de tener una huella digital propia y que ningún otro la podrá tener. Puede leerse simple, pero no lo es para el entendimiento de cualquier ámbito social.

     Al obtener información de primera mano sobre los seres vivos, esta puede ser procesada y sintetizada para ciertos objetivos. Por ejemplo, de acuerdo a cierto tipo de consumo, podemos saber cuáles son los intereses que mueven a una determinada población. Yéndonos a un área más lejana, como investigación casi inédita, podemos estudiar las reacciones de una muestra humana ante cierto tipo de sonidos (como acordes, instrumentos) y podemos relacionar esto con el origen cultural de las personas y los sonidos.

     Todo eso es información. Mientras podamos recopilar mucho más información, tendremos la casi certeza de cómo pueden reaccionar esos dígitos antes ciertos estímulos, que también son información. 

     El análisis de contenido y de discurso pueden procesarse a través de programas informáticos descomunales que permiten conocer cómo se desenvuelven las sociedades. Las empresas de mercadeo lo hacen todo el tiempo. 

     Mucha información es casi siempre control. Aun tenemos "expertos" que subestiman esto y se quedan con la razón "rousseauiana"; la cual, nos da la capacidad de poder estar encima de todo contexto y relación sociocultural y estructurar conceptos con premisas inamovibles. Según lo que entiendo, los conocimientos pueden circunscribirse a ese marco de información al cual tenemos acceso, pero no por ello son menos valiosos para poder movernos en las aguas de los significados y las relaciones.

     Con las revoluciones digitales, todos nos estamos convirtiendo en números más evidentes y accesibles. El control social es mucho más blando pero de mayor alcance. Ahí donde hay anarquía de redes, cualquiera puede introducir un mercado de datos que puedan ser consumibles, y ese consumo de los seres es bidireccional: el consumidor y productor aprehenden significados.

     Sin embargo, el productor obtiene muchos más dígitos, porque tiene el medio de producción o plataforma a su favor, y esos dígitos se pueden vender al mejor postor: al que pueda procesar mejor la información y al que pueda actuar con una estrategia más efectiva y potente para la entropía negativa del sistema.

sábado, 22 de junio de 2013

Tejidos del lenguaje desde la perspectiva queer de identidad sexual




¿Quién le canta al signo mujer? Al menos el Centro de las Mujeres de Temuco, no, como Antígona, grita mas allá de los limites de la comunidad, haciéndose responsable de las lógicas parciales y localizadas de sus acciones políticas y recordando que ser mujer es posible sin necesidad de tener vagina, y que así mismo es posible una política radical hyperidentitaria y postidentitaria, como formas de evitar la cooptación por los aparatos de captura de las sociedades de control, y tratan de trazar un diagrama para nuevas formas de cuerpos, deseos y subjetividad.

Cuerpo Trans, Activista Feminista del Centro de las Mujeres de Temuco

     Los sistemas políticos, económicos y sociales conducen a ciertas maquinarias de sentido en el lenguaje. América Latina tiene sus propias características para afrontar la nueva dinámica de identidad sexual. Sus instituciones, historia, demografía confluyen en un mar de creencias y normativas que permiten la discriminación por orientación sexual o género.
     Por su parte, el mercado y los medios de comunicación actúan desde una lógica de la ganancia, desde la cual van participando distintos arquetipos, estereotipos globalizados, así como manifestaciones culturales autóctonas y tradicionales, como parte de la mutación social y generacional.
     Aquí revisaremos las distintas partes del engranaje de esta normativa del lenguaje y los medios que conllevan a discriminaciones y homofobia generalizada, así como construcciones de identidad taxonómicas y dicotómicas de sexualidad.

Evaluación de los códigos que significan


     Si hablamos de lengua, también hablamos de signos, símbolos, léxico, interacción, sentido, significantes y significación, todos ellos conjugados por las distintas áreas de la vida humana, y reproducidos en serie por los grandes medios de comunicación.
     El Dr. Juan Barreto (2006), en “Crítica de la Razón Mediática”, expone que el código y los signos no condicionan los significados, sino todo lo contrario. El significante y significado está dado por una promesa y expectativa discursiva, que, apoyado en Focault y Deleuze, afirma que “los signos son estrategias en donde el devenir signo es una plano de consistencia del contenido del sentido en un contexto o formación discursiva”.
     Es decir, existe una realidad en la que todo ser humano está inmerso y que la emerge como necesidad y deseo de la interacción, en forma de signo-significado. Esto produce significantes que trastocan y normalizan relaciones. De hecho, la utilización de la lengua produce su propia destrucción-construcción de significantes.
     El profesor Barreto, por ello, apunta a que mientras nos comunicamos, vamos reproduciendo el modelo de poder imperante y a la vez lo vamos destruyendo y modificando, debido a las reglas de juego o reglas del lenguaje. También lo resalta Lyotard (1987) en “La condición postmoderna”, citando a Parsons:
Un proceso o un conjunto de condiciones o bien “contribuye” al mantenimiento del sistema, o bien es “disfuncional” en lo que se refiere a la integridad y eficacia del sistema.

Las reglas del juego


     No hay que olvidar que el lenguaje forma parte de una dinámica de relaciones, y estas relaciones tienen caracteres históricos, narrativos, lúdicos y de poder. Por lo tanto, los signos son usados en el discurso cotidiano en un estado de cosas que sirven de plataforma comunicacional, y que se van transformando de acuerdo a situaciones y hechos.
     Según Barreto, estas reglas del juego también están vinculadas a los grandes Relatos que van sembrando en nosotros una cantidad de tradiciones y valores que transversalizan nuestra interacción. En el caso de la sexualidad, el rol “fijo“ social de hombre y mujer y su unión de pareja, deja de ser una regla solo de práctica judeocristiana-institucional, al ser incorporada a estereotipos massmediáticos para conjugarse en el mercado.
     Es una especie de mercado semántico que va engranando nuestros sistemas de lenguaje, los grandes relatos, héroes religiosos e históricos con el uso cotidiano de las palabras o signos, constituyendo un tejido que nos vende significado.
     Recordemos que al mercado liberal podemos considerarlo una institución que forma parte de nuestro lenguaje y que tiene como una de sus características la producción en serie. Judith Butler (1997), en su obra “Lenguaje, Poder e Identidad”, describe el peso de este poder institucional en el lenguaje:

Si el lenguaje sólo representa las condiciones institucionales que le dan su fuerza, ¿en qué consiste esa relación de "representación" que explica las instituciones que están representadas en el lenguaje? ¿No es acaso una relación de significación la relación mimética que tiene el lenguaje con las instituciones previas del poder social, es decir, el modo como el lenguaje llega a significar el poder social? Esta relación sólo puede explicarse por medio de una nueva teoría del lenguaje y de la significación.

     El discurso, nuestro discurso, está influenciado por estos engranajes sociales que clasifican personas según su genital y composición biomórfica, y de acuerdo a eso, se establece una regla de identidad sexual que permea nuestro lenguaje, palabras, actitudes, que pasan a ser normativas de discurso y significantes semifijos.
                                 
Construyendo la semántica sexual
     Las palabras, tanto escritas como habladas, constituyen un vehículo de significados –no del todo completos y satisfactorios-, que van generando textos en las sociedades, con distintos objetivos de uso. Estos significados pertenecen a una realidad compartida de los individuos, y existen diferentes lecturas, tanto de esta realidad como de los significados a los que se refieren los textos, en tanto que conjunto de signos.
     Esta realidad y sus significados, como interpretaban los nominalistas griegos, pueden ser emergidos por medio de los signos, objetivamente, lo cual permitía poseer y aprehender el significado de la cosa referida en su totalidad. En resumen, un mundo de ideas apartado del físico (Platón).
     Varias etapas de la semiótica fueron transcurriendo hasta que Barthes, Deleuze y otros fueron dándole peso a los signos como estrategias comunicativas, y a los sujetos como participantes y signos del enunciado en cuanto compartían similitudes y diferencias que construían una relación dialéctica (Marx).
     Estos signos, convertidos en estrategias comunicativas que ponemos en práctica, no parten de lo metafísico sino de cadenas de nociones y símbolos trastocados por las reglas del juego. La sociedad actual objetiva al ser humano al clasificarlos por su sexo, y durante siglos las instituciones religiosas le dieron a esa característica una noción metafísica, creyendo en el mantenimiento del sexo incluso después de la muerte.
     Los grandes Relatos religiosos y míticos están repletos de la creencia de un más allá que mantiene nuestro sexo y genital, por ejemplo. Esto demuestra el férreo sistema clasificatorio de lenguaje de nuestra identidad sexual, evitando así un sistema de lenguaje más sexo diverso y produciendo una inamovilidad sexual por el resto de nuestras vidas. “Si eres hombre, morirás hombre. Si eres hombre, y te gusta un hombre, te gustarán los hombres por el resto de tu vida”, por ejemplo.
     No estoy abogando por una eliminación total de las clasificaciones en este preciso momento histórico, sino abordando el origen de las heteronormativas sociales desde nuestro lenguaje y los Relatos que permiten estos sistemas de interpretación.
     Así las cosas, las taxonomías de género llevan consigo toda la carga social e histórica de la época. El signo “hombre” o “mujer” no solo lleva el genital o su gusto sexual; también lleva su costumbre, rol social, rol sexual, vestimenta, responsabilidades, actitudes, jerarquías, funciones, todas ellas encaminadas a una significancia normativa y a un status quo.
     Decir “Fernando comprará su vestido”, reviste toda una estructura social que producirá ruido en la comunicación de varios de nosotros. Más allá del rechazo que se pueda obtener del interlocutor, es el mismo mercado y la narrativa audiovisual, con sus reglas sociales del juego que mantienen un cerco del “deber ser” y que conducirá a preguntas como: “¿Es gay? ¿Tiene pene? ¿Tiene vagina? ¿Se prostituye?”
     Toda esta confusión y las respuestas a estas preguntas pueden conducir al rechazo en cualquiera de sus combinaciones sí/no. Es muy difícil romper el cerco de discriminación si primero no se rompe el cerco semántico normalizador de lo que debe o no significar ser hombre o mujer, o sencillamente dejar de ser una y otra cosa.
    Por los grandes sectores de la comunicación, se ha modelado siempre los sistemas semánticos dominantes, por herencia histótica, religiosa y económica, dirigido tradicionalmente por una élite. En este caso, el signo de ser humano o persona se ha bipolarizado, gracias a las dinámicas sociales, políticas y religiosas que ha enmarcado a la sociedad en una jerarquía infranqueable.
     Esta jerarquía también domina nuestro lenguaje, hasta clasificarnos sexualmente. El patriarcado ha predominado en el flujo de estas relaciones históricas, resaltado por Engels (1897), en “El Origen de la Familia, el Estado, y la Propiedad Privada” como el sistema de dominio más antiguo.
    En este respecto, Lyotard (1987) aporta que las instituciones sociales median el lenguaje a través de sus propias esferas de creación de conocimiento para poder legitimar categorías sociales y normalizar ciertas morales y prácticas:

El científico se interroga sobre la validez de los enunciados narrativos y constata que éstos nunca están sometidos a la argumentación y a la prueba. Los clasifica en otra mentalidad: salvaje, primitiva, sub-desarrollada, atrasada, alienada, formada por opiniones, costumbres, autoridad, prejuicios, ignorancias, ideologías. Los relatos son fábulas, mitos, leyendas, buenas para las mujeres y los niños. En el mejor de los casos, se intentará hacer que la luz penetre en ese oscurantismo, civilizar, educar, desarrollar. Esta relación desigual es un efecto intrínseco de las reglas propias a cada juego. Se conocen los síntomas. Constituyen toda la historia del imperialismo cultural desde los comienzos de Occidente. Es importante reconocer al garante, que se distingue de todos los demás: está dominado por la exigencia de legitimación.

     De manera que el intercambio cotidiano de significación también están dadas por relaciones de poder, intermediadas por instituciones legitimadoras, por cada área e interconectadas. No es un juego del todo vertical sino multipolar y desigual, en el que los significados de los signos reproducen jerarquías simbólicas y el individuo ejerce mecanismos de protección al reiterarlos.
     Con el patriarcado, tratamos significaciones de poder milenarias desde el principio de los tiempos. Incluso, es una forma de lenguaje y poder que puede o no estar acompañada de la heteronorma, como es el caso de los griegos antiguos, sociedad basada en el “amor homosexual” pero en la esclavitud femenina.

Transgredir el orden desde el lenguaje
     Los medios, las escuelas, los maestros, las familias, las sociedades y religiones van reproduciendo el discurso taxonómico de las identidades sexuales. La posesión de genital conlleva a tradiciones históricas de roles, normas, costumbres, actitudes, responsabilidades que se fortalecen en el discurso de la sociedad.
     La perspectiva queer de disidencia sexual pretende eliminar la separación de los géneros desde el mismo discurso normativo cotidiano, cuyo objetivo es eliminar los requisitos legales y estadísticos de género. Se parte de que las distintas clasificaciones sexuales se debe a una construcción social e histórica sobre roles laborales, sexuales y sociales.
     Este es uno de los ejemplos más antiguos de cómo se va legitimando una práctica que va dejando de ser atribuida a lo físico y más a las interacciones de poder, mediadas por los signos, los símbolos y los significados.
     De hecho, la insistente clasificación léxica sobre orientación sexual discrimina culturalmente a la variedad del ser humano en cuanto a gustos, creencias, prácticas y roles.
     Más aun, la llamada sociedad de Gay, Lesbianas, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales (GLBTI) es una construcción semántica difundida por las grandes instituciones y encasillada en un marco que sigue siendo heteronormativo y patriarcal, evitando la transgresión de un orden mundial establecido por los grandes Relatos y las relaciones condicionantes de un mercado liberal –resaltando aquí una su naturaleza de producción cultural industrial.
     Entonces, el uso de las identidades sexuales en el lenguaje puede ser performativa, ya que es una construcción socio-histórica y mediada por grandes medios de comunicación, a favor de las reglas del juego. La eliminación o el concepto no fijo de una identidad de género, por ejemplo, puede introducir una nueva carta de juego en las condiciones del tejido social, produciendo un movimiento alternativo a las taxonomías sexuales patriarcales.
     Una vez que los sistemas de interpretación de la sociedad y sus élites condicionan una noción a un signo para rechazarlo, impone unas reglas del juego que cierran los caminos de las minorías hacia una reconocimiento propio, como es la noción de GLBTI. Desde la perspectiva queer de la identidad de género, se plantea cambiar estas reglas del juego, resignificando las nociones que el patriarcado impone sobre la base de la discriminación, de lo anómalo y de lo no humano. Butler explica el carácter performativo del lenguaje discriminatorio, desde los discriminados:

Los epítetos racistas no sólo apoyan un mensaje de inferioridad racial, sino que ese "apoyo" supone la institucionalización verbal de esa misma subordinación. De ahí que se entienda que el discurso de odio no sólo comunica una idea ofensiva o conjunto de ideas, sino que además realiza el mensaje mismo que comunica: la comunicación en sí es a la vez una forma de conducta.

     En este sentido, es válida la posibilidad de empezar otro juego y con otros métodos distintos a los que los disidentes sexuales han puesto en práctica hasta ahora; esto es no clasificarse desde la visión patriarcal sino desde la persona como individuo de actitudes y normas propias, fuera de los estándares taxonómicos de la sexualidad. Como ejemplo, está el nombre de uno mismo, que existe desde el nacimiento, regido por las heteronormas de la sociedad y no por la evolución, las actitudes sociales y roles sexuales que puedan presentarse en determinada circunstancia.
      No es poca cosa. Se trata de una sedimentación cultural y lingüística que nos clasifica como seres humanos, de jerarquías con capas sociales numerosas, por acumulación de reglas que, si bien son sistemas de significación “útiles”, también se traducen en barreras moralizantes. Un ejemplo de transgresión es este fragmento de la declaración web de Rafaela Nuñileo, estudiante de Filología de la Universidad Santiago de Chile, llamada “Manifiesto del postravestismo” (2012):

Mi cuerpo habla desde su postontología mapulésbica (de mapuche, Chile), entonces, que no requiere más prueba de verdad que ser enunciada: es performativa, y se basta con la palabra. Dado que mi realidad es lo que me dé la gana (recordemos que éste es un país blanco porque a los mestizos les da la gana ser blancos), ahora mismo me da la gana ser una mujer trans (transexual y transracial), mapuche y lesbiana. Soy, además, negra, porque me da la gana ser negra. Ya lo he dicho antes en otro lugar: no tengo la culpa de vuestro daltonismo comtiano.


Ensayo para la cátedra de Comunicación y Desarrollo, con el profesor Juan Barreto, Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela (2013)

  
Fuentes documentales

BARRETO, Juan. “Crítica de la Razón Mediática: Ensayos Sobre Biopolítica y Potencia Política Del Cuerpo, (Pre-Textos para un Debate Por el Socialismo). Universidad Central de Venezuela y el Centro de Investigaciones Post-Doctorales (CIPOST), Caracas, 2006.

BOURDIEU, Pierre. “Language and Symbolic Power”, editado por John B. Thompson, traducción de Gino Raymond y Matthew Adamson, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1991a. ["Lenguaje y poder simbólico", en ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos]. Akal, Madrid, 1999.

BUTTLER, Judith. “Lenguaje, poder e identidad”. Editorial Síntesis. Traducción y prólogo: Javier Sáez y Beatriz Preciado. Madrid, 1997.

Centro de las Mujeres de Temuco. “¿Quién le canta al signo mujer? A propósito del enunciado “Por un feminismo sin mujeres” http://www.disidenciasexual.cl/2011/04/¿quien-le-canta-al-signo-mujer-a-proposito-del-enunciado-“por-un-feminismo-sin-mujeres”/

ENGELS, Frederich. “El Origen de la Familia, el Estado, y la Propiedad Privada”. Editorial Progreso, Moscú (1981). Escrito en 1884, se publica según el texto de la 4ª edición (1891).

LYOTARD, Jean Francois. “La Condición Postmoderna. Informe del Saber”. Trad. Mariano Antolín Rato. Ed. Cátedra S.A 1987. Madrid.

NUÑILEO, Rafaela. “Manifiesto del Postravestismo”, 2012. http://www.disidenciasexual.cl/2010/11/manifiesto-del-postravestismo/