viernes, 23 de agosto de 2013

Caracas, la salvaje ilustrada

     Caracas, la de las abuelitas y abuelitos foráneos, que son de quien sabe cuál pueblito o caserío venezolano. La de los techos rojos, que quedó mucho más atrás, incluso antes de la era puntofijista. Caracas, la que soñaba con rascacielos y no con vivas calles ni con plazas. La de los Nazoa, la de Otero Silva, Uslar Pietri, Gallegos. 

     Los que juzgan a Caracas no conocen a Venezuela. No la conocen los que omiten una historia de tanta violencia y machismo. Qué será lo que tiene Venezuela, que uno no dejar de seducirse por esa improvisación, esa risa, ese peor-es-nada, esa muchedumbre y ese tongoneo, el verdor de la vida, la sazón del olvido, el fresquito de la suerte, la crudeza del poder y de la mafia perpetua. 

     Siempre fuimos así. Venezuela no es Caracas, pero Caracas es Venezuela. Nos apellidamos con el bochinche y la alegría. Aunque, veo más a menudo cómo esta ciudad se destruye y se construye, desde las cenizas. Cuando muere un motorizado, nace un ciclista; cuando un adulto ensucia, un niño se educa; cuando un corrupto va a la cárcel, nace un servidor público; cuando un rancho se cae, se edifican viviendas; cuando un viejito cruza la calle en rojo,... bueno, no puedo ser tan idealista. Pero la he visto cambiar.

     Cuando me mudé a La Candelaria, la zona era un mercado en el que no se podía respirar y caminar sin ser víctima de un delincuente, al igual que Sabana Grande. Se crean espacios, la voluntad pública es buena, pero el país es difícil. Tenemos unas bases sociales tan frágiles como la moral de nuestros conquistadores y la disciplina de los Caribes; descendientes del atraso gomecista y la riqueza clasemediera fácil. Además, somos más, nos multiplicamos, no dejamos de parir, la población es demasiado joven.

     Por otro lado, quién puede dudar de tanto personaje venezolano que sentó bases morales tan insospechadas, que cualquier nación del mundo envidiaría. Un Bolívar, un Chávez, un Simón Rodríguez, un Francisco de Miranda, un Andrés Bello, un Ezequiel Zamora, una Teresa Carreño, un Picón Salas, un Alejo Carpentier; verdaderas lumbreras formadas en una ciudad salvaje. "Civilización y barbarie".