martes, 13 de mayo de 2014

El último grito

Por Isaac Chocrón



     Yo crecí en un ambiente de judíos burgueses, bastante cosmopolitas para una ciudad con clima bendito, tranquila, segura y muy hermosa. No me refiero a Arcadia sino a la Caracas de los años cincuenta. La pequeña y próspera colectividad judía vivía integrada a la sociedad capitalina, con sus hijos estudiando en colegios laicos o católicos y los padres de ellos trabajando en el comercio, la incipiente banca y uno que otro bufete o consultorio. Sin embargo, las familias judías frecuentaban en bodas y bar-mitzvahs en la moruna sinagoga de El Conde y luego, en la recién construida de Maripérez. En estas ocasiones sociales y en las principales festividades religiosas de cada año, las damas concurrían no solo por los rezos sino también para ratificar su persistente entusiasmo en lucir "el último grito de la moda".

Caracas 1957, Fundación Fotografía Urbana
Caracas 1957, Fundación Fotografía Urbana

     La suprema ocasión para desplegar total adhesión a las más recientes fantasías europeas, era la tarde cuando finalizaban las veinticuatro horas del Yom Kippur. A partir de las cuatro comenzaba el desfile de las "toilettes", llamadas así porque no se trataba, como ahora, de lucir un vestido, unos zapatos y un peinado sino que incluía sombreros, guantes y capitas de piel tambaleándose sobre sus hombros. Todas esas damas hambrientas o desfallecientes por el ayuno que estaban cumpliendo al respetar el Yom Kippur, flotaban desde la entrada del templo, escaleras arriba hacia el balcón donde solamente era permitida su presencia. Abajo, los hombres, envueltos en sus talits blancos y azules o blancos y negros, rezaban mirando hacia arriba lo que parecía una jaula repleta de aves fabulosas, embriagándose con los distintos perfumes que flotando en el aire provocaban nauseas y hasta mareos.

     Esos fueron los años cuando Christian Dior verídicamente dominó Caracas. Toda mujer que se preciara de su elegancia (¿y cuál no se definiría así eternamente?), lucía sus hombreras, su cintura "avispa" y voluminosa falda más abajo de la rodilla, inflada por unos cuantos armadores. Evidentemente que entonces había más espacios o menos gente, haciendo posible las circunvalaciones de esas faldas que parecían a puntos de revivir el vals vienés.


Foto de Willy Rizzo, revista Life, 1953


     Nadie como mi hermana Mercedes y sus amigas para adoptar a Dior como su nuevo uniforme. Me da mucho placer nombrar con sus apellidos de solteras a algunas que compartieron con Mercedes su lema favorito ("si quieres ser bella y elegante, tienes que sufrir"): Elsa Tamayo, Mercedes Herrera, Leonor Zuloaga, Maritza Obadía, Cachi Pocaterra, Mary Taurel, la Nena Palacios, Gloria Zea desde Bogotá, y la reina absoluta, Mimí Herrera (nunca se le conoció de otra manera). En una visita a Nueva York, Mercedes conoció a George Kogel y dos meses después los casó un rabino reformista, en el Plaza, a mediodía. Poco después, George compró una propiedad en Kings Point, Long Island, con gran casa en el medio y alrededor, bosque, piscina y cancha de tennis, pero mercedes siguió viviendo en Manhattan donde figurar significaba ser descubierta y escogida por Irving Penn o Ricard Avedon, los dos fotógrafos que monopolizaban las más prestigiosas revisas de modas. Avdeon vio a Mercedes en una ascensor, le habló y así comenzó la fugaz carrera de mi hermana como modelo no profesionar sino social, "socialité model", implicando que éstas últimas posaban solamente por placer o con fines benéficos, y no como las asalariadas de una agencia.

Damas caraqueñas, años 50's, vestidas de Dior
Foto de Willy Rizzo, revista Life, 1953

     Con Avedon y Penn, los fotógrafos de alta moda se pusieron de moda. El arte de posar adquirió una impresionante complejidad basada en la novedad, el énfasis en los estrambóticos y el concepto de que la manera más exquisita de mostrar trapos es precisamente no mostrarlos como simples maniquíes. Coincidió todo este furor con la notoriedad del pop-art. De la confusión que crearon sus similitudes, ambas tendencias salieron ilesas y rotuladas como "artísticas". El Whitney Museum por un lado y el Costume Institute del Metropolitan Museum, este último capitaneado por la indomable Diana Vreeland (el adjetivo es preciso), fueron las instituciones que triunfaron en sus redención hacia la fotografía de alta moda.


Ricard Avedon

     "Daiana" O "La Vreeland" declaró (más que escribir, ella declaraba) en "D.V." (suerte de autobiografía fantaseada, publicada por Alfred Knopf en 1984) que "el propósito de las fotografías de moda es dar un punto de vista. La mayoría de la gente no tiene un punto de vista y necesita que se lo den", añadieron en otra de sus páginas su citada definición: "La moda es el alivio más intoxicante que te aparta de la banalidad del mundo".

     Ese "punto de vista" "intoxicante" es el atractivo más contundente que poseen las fotografías de moda. Saltan a la vista, proclamando ese último grito que anualmente se renueva. Son exclamaciones de alegría y asombro que conducen a la adquisición de los modos propuestos. Si la moda es otra imagen más de los tiempos o, al menos la más evidente o superficial, ¿quién no quiere llevarla para mostrar que está al día? Por supuesto que habrán quienes se resisten a incorporar el último grito a sus vidas, prefiriendo "lo clásico". La papisa Vreeland les arquearía las ceja antes de sentenciar: "Darling, lo clásico pertenece a los museos. por una vez podría frenarse la lengua respondiéndoles en ese francés con que aderezaba su ingenio: "Plus ca change, plus c'est la meme chose" porque el secreto de la moda, o su mayor encanto, es que no permanezca. Permanece felizmente el arte de sus fotógrafos y la muestra que reúne esta Cuarta Bienal de Artes Visuales Christian Dior. Esta es amplia prueba de la vigorosa diversidad de talentos que ejercen esta profesión en Venezuela. Prueba también de que los respaldan suficientes diseñadores exitosos con quienes trabajan. La versatilidad de todos estos creadores asombraría a mi hermana Mercedes. A treinta años de sus muerte, nuestro país es otro en lo malo y también en los bueno. Más le agradaría saberme escribiendo los recuerdos de cuando yo me salía de mis clases en Columbia para verla frente a Avedon. "¡No me poses, no me poses, olvídate de mí!", él le gritaba y de ese olvido salido de ese grito, brotaría gloriosa otra foto para Vogue.



Revista de la Cuarta Bienal de Artes Visuales "Christian Dior".
Caracas, agosto-septiembre 1995
Catálogo nro. 24