sábado, 22 de junio de 2013

Tejidos del lenguaje desde la perspectiva queer de identidad sexual




¿Quién le canta al signo mujer? Al menos el Centro de las Mujeres de Temuco, no, como Antígona, grita mas allá de los limites de la comunidad, haciéndose responsable de las lógicas parciales y localizadas de sus acciones políticas y recordando que ser mujer es posible sin necesidad de tener vagina, y que así mismo es posible una política radical hyperidentitaria y postidentitaria, como formas de evitar la cooptación por los aparatos de captura de las sociedades de control, y tratan de trazar un diagrama para nuevas formas de cuerpos, deseos y subjetividad.

Cuerpo Trans, Activista Feminista del Centro de las Mujeres de Temuco

     Los sistemas políticos, económicos y sociales conducen a ciertas maquinarias de sentido en el lenguaje. América Latina tiene sus propias características para afrontar la nueva dinámica de identidad sexual. Sus instituciones, historia, demografía confluyen en un mar de creencias y normativas que permiten la discriminación por orientación sexual o género.
     Por su parte, el mercado y los medios de comunicación actúan desde una lógica de la ganancia, desde la cual van participando distintos arquetipos, estereotipos globalizados, así como manifestaciones culturales autóctonas y tradicionales, como parte de la mutación social y generacional.
     Aquí revisaremos las distintas partes del engranaje de esta normativa del lenguaje y los medios que conllevan a discriminaciones y homofobia generalizada, así como construcciones de identidad taxonómicas y dicotómicas de sexualidad.

Evaluación de los códigos que significan


     Si hablamos de lengua, también hablamos de signos, símbolos, léxico, interacción, sentido, significantes y significación, todos ellos conjugados por las distintas áreas de la vida humana, y reproducidos en serie por los grandes medios de comunicación.
     El Dr. Juan Barreto (2006), en “Crítica de la Razón Mediática”, expone que el código y los signos no condicionan los significados, sino todo lo contrario. El significante y significado está dado por una promesa y expectativa discursiva, que, apoyado en Focault y Deleuze, afirma que “los signos son estrategias en donde el devenir signo es una plano de consistencia del contenido del sentido en un contexto o formación discursiva”.
     Es decir, existe una realidad en la que todo ser humano está inmerso y que la emerge como necesidad y deseo de la interacción, en forma de signo-significado. Esto produce significantes que trastocan y normalizan relaciones. De hecho, la utilización de la lengua produce su propia destrucción-construcción de significantes.
     El profesor Barreto, por ello, apunta a que mientras nos comunicamos, vamos reproduciendo el modelo de poder imperante y a la vez lo vamos destruyendo y modificando, debido a las reglas de juego o reglas del lenguaje. También lo resalta Lyotard (1987) en “La condición postmoderna”, citando a Parsons:
Un proceso o un conjunto de condiciones o bien “contribuye” al mantenimiento del sistema, o bien es “disfuncional” en lo que se refiere a la integridad y eficacia del sistema.

Las reglas del juego


     No hay que olvidar que el lenguaje forma parte de una dinámica de relaciones, y estas relaciones tienen caracteres históricos, narrativos, lúdicos y de poder. Por lo tanto, los signos son usados en el discurso cotidiano en un estado de cosas que sirven de plataforma comunicacional, y que se van transformando de acuerdo a situaciones y hechos.
     Según Barreto, estas reglas del juego también están vinculadas a los grandes Relatos que van sembrando en nosotros una cantidad de tradiciones y valores que transversalizan nuestra interacción. En el caso de la sexualidad, el rol “fijo“ social de hombre y mujer y su unión de pareja, deja de ser una regla solo de práctica judeocristiana-institucional, al ser incorporada a estereotipos massmediáticos para conjugarse en el mercado.
     Es una especie de mercado semántico que va engranando nuestros sistemas de lenguaje, los grandes relatos, héroes religiosos e históricos con el uso cotidiano de las palabras o signos, constituyendo un tejido que nos vende significado.
     Recordemos que al mercado liberal podemos considerarlo una institución que forma parte de nuestro lenguaje y que tiene como una de sus características la producción en serie. Judith Butler (1997), en su obra “Lenguaje, Poder e Identidad”, describe el peso de este poder institucional en el lenguaje:

Si el lenguaje sólo representa las condiciones institucionales que le dan su fuerza, ¿en qué consiste esa relación de "representación" que explica las instituciones que están representadas en el lenguaje? ¿No es acaso una relación de significación la relación mimética que tiene el lenguaje con las instituciones previas del poder social, es decir, el modo como el lenguaje llega a significar el poder social? Esta relación sólo puede explicarse por medio de una nueva teoría del lenguaje y de la significación.

     El discurso, nuestro discurso, está influenciado por estos engranajes sociales que clasifican personas según su genital y composición biomórfica, y de acuerdo a eso, se establece una regla de identidad sexual que permea nuestro lenguaje, palabras, actitudes, que pasan a ser normativas de discurso y significantes semifijos.
                                 
Construyendo la semántica sexual
     Las palabras, tanto escritas como habladas, constituyen un vehículo de significados –no del todo completos y satisfactorios-, que van generando textos en las sociedades, con distintos objetivos de uso. Estos significados pertenecen a una realidad compartida de los individuos, y existen diferentes lecturas, tanto de esta realidad como de los significados a los que se refieren los textos, en tanto que conjunto de signos.
     Esta realidad y sus significados, como interpretaban los nominalistas griegos, pueden ser emergidos por medio de los signos, objetivamente, lo cual permitía poseer y aprehender el significado de la cosa referida en su totalidad. En resumen, un mundo de ideas apartado del físico (Platón).
     Varias etapas de la semiótica fueron transcurriendo hasta que Barthes, Deleuze y otros fueron dándole peso a los signos como estrategias comunicativas, y a los sujetos como participantes y signos del enunciado en cuanto compartían similitudes y diferencias que construían una relación dialéctica (Marx).
     Estos signos, convertidos en estrategias comunicativas que ponemos en práctica, no parten de lo metafísico sino de cadenas de nociones y símbolos trastocados por las reglas del juego. La sociedad actual objetiva al ser humano al clasificarlos por su sexo, y durante siglos las instituciones religiosas le dieron a esa característica una noción metafísica, creyendo en el mantenimiento del sexo incluso después de la muerte.
     Los grandes Relatos religiosos y míticos están repletos de la creencia de un más allá que mantiene nuestro sexo y genital, por ejemplo. Esto demuestra el férreo sistema clasificatorio de lenguaje de nuestra identidad sexual, evitando así un sistema de lenguaje más sexo diverso y produciendo una inamovilidad sexual por el resto de nuestras vidas. “Si eres hombre, morirás hombre. Si eres hombre, y te gusta un hombre, te gustarán los hombres por el resto de tu vida”, por ejemplo.
     No estoy abogando por una eliminación total de las clasificaciones en este preciso momento histórico, sino abordando el origen de las heteronormativas sociales desde nuestro lenguaje y los Relatos que permiten estos sistemas de interpretación.
     Así las cosas, las taxonomías de género llevan consigo toda la carga social e histórica de la época. El signo “hombre” o “mujer” no solo lleva el genital o su gusto sexual; también lleva su costumbre, rol social, rol sexual, vestimenta, responsabilidades, actitudes, jerarquías, funciones, todas ellas encaminadas a una significancia normativa y a un status quo.
     Decir “Fernando comprará su vestido”, reviste toda una estructura social que producirá ruido en la comunicación de varios de nosotros. Más allá del rechazo que se pueda obtener del interlocutor, es el mismo mercado y la narrativa audiovisual, con sus reglas sociales del juego que mantienen un cerco del “deber ser” y que conducirá a preguntas como: “¿Es gay? ¿Tiene pene? ¿Tiene vagina? ¿Se prostituye?”
     Toda esta confusión y las respuestas a estas preguntas pueden conducir al rechazo en cualquiera de sus combinaciones sí/no. Es muy difícil romper el cerco de discriminación si primero no se rompe el cerco semántico normalizador de lo que debe o no significar ser hombre o mujer, o sencillamente dejar de ser una y otra cosa.
    Por los grandes sectores de la comunicación, se ha modelado siempre los sistemas semánticos dominantes, por herencia histótica, religiosa y económica, dirigido tradicionalmente por una élite. En este caso, el signo de ser humano o persona se ha bipolarizado, gracias a las dinámicas sociales, políticas y religiosas que ha enmarcado a la sociedad en una jerarquía infranqueable.
     Esta jerarquía también domina nuestro lenguaje, hasta clasificarnos sexualmente. El patriarcado ha predominado en el flujo de estas relaciones históricas, resaltado por Engels (1897), en “El Origen de la Familia, el Estado, y la Propiedad Privada” como el sistema de dominio más antiguo.
    En este respecto, Lyotard (1987) aporta que las instituciones sociales median el lenguaje a través de sus propias esferas de creación de conocimiento para poder legitimar categorías sociales y normalizar ciertas morales y prácticas:

El científico se interroga sobre la validez de los enunciados narrativos y constata que éstos nunca están sometidos a la argumentación y a la prueba. Los clasifica en otra mentalidad: salvaje, primitiva, sub-desarrollada, atrasada, alienada, formada por opiniones, costumbres, autoridad, prejuicios, ignorancias, ideologías. Los relatos son fábulas, mitos, leyendas, buenas para las mujeres y los niños. En el mejor de los casos, se intentará hacer que la luz penetre en ese oscurantismo, civilizar, educar, desarrollar. Esta relación desigual es un efecto intrínseco de las reglas propias a cada juego. Se conocen los síntomas. Constituyen toda la historia del imperialismo cultural desde los comienzos de Occidente. Es importante reconocer al garante, que se distingue de todos los demás: está dominado por la exigencia de legitimación.

     De manera que el intercambio cotidiano de significación también están dadas por relaciones de poder, intermediadas por instituciones legitimadoras, por cada área e interconectadas. No es un juego del todo vertical sino multipolar y desigual, en el que los significados de los signos reproducen jerarquías simbólicas y el individuo ejerce mecanismos de protección al reiterarlos.
     Con el patriarcado, tratamos significaciones de poder milenarias desde el principio de los tiempos. Incluso, es una forma de lenguaje y poder que puede o no estar acompañada de la heteronorma, como es el caso de los griegos antiguos, sociedad basada en el “amor homosexual” pero en la esclavitud femenina.

Transgredir el orden desde el lenguaje
     Los medios, las escuelas, los maestros, las familias, las sociedades y religiones van reproduciendo el discurso taxonómico de las identidades sexuales. La posesión de genital conlleva a tradiciones históricas de roles, normas, costumbres, actitudes, responsabilidades que se fortalecen en el discurso de la sociedad.
     La perspectiva queer de disidencia sexual pretende eliminar la separación de los géneros desde el mismo discurso normativo cotidiano, cuyo objetivo es eliminar los requisitos legales y estadísticos de género. Se parte de que las distintas clasificaciones sexuales se debe a una construcción social e histórica sobre roles laborales, sexuales y sociales.
     Este es uno de los ejemplos más antiguos de cómo se va legitimando una práctica que va dejando de ser atribuida a lo físico y más a las interacciones de poder, mediadas por los signos, los símbolos y los significados.
     De hecho, la insistente clasificación léxica sobre orientación sexual discrimina culturalmente a la variedad del ser humano en cuanto a gustos, creencias, prácticas y roles.
     Más aun, la llamada sociedad de Gay, Lesbianas, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales (GLBTI) es una construcción semántica difundida por las grandes instituciones y encasillada en un marco que sigue siendo heteronormativo y patriarcal, evitando la transgresión de un orden mundial establecido por los grandes Relatos y las relaciones condicionantes de un mercado liberal –resaltando aquí una su naturaleza de producción cultural industrial.
     Entonces, el uso de las identidades sexuales en el lenguaje puede ser performativa, ya que es una construcción socio-histórica y mediada por grandes medios de comunicación, a favor de las reglas del juego. La eliminación o el concepto no fijo de una identidad de género, por ejemplo, puede introducir una nueva carta de juego en las condiciones del tejido social, produciendo un movimiento alternativo a las taxonomías sexuales patriarcales.
     Una vez que los sistemas de interpretación de la sociedad y sus élites condicionan una noción a un signo para rechazarlo, impone unas reglas del juego que cierran los caminos de las minorías hacia una reconocimiento propio, como es la noción de GLBTI. Desde la perspectiva queer de la identidad de género, se plantea cambiar estas reglas del juego, resignificando las nociones que el patriarcado impone sobre la base de la discriminación, de lo anómalo y de lo no humano. Butler explica el carácter performativo del lenguaje discriminatorio, desde los discriminados:

Los epítetos racistas no sólo apoyan un mensaje de inferioridad racial, sino que ese "apoyo" supone la institucionalización verbal de esa misma subordinación. De ahí que se entienda que el discurso de odio no sólo comunica una idea ofensiva o conjunto de ideas, sino que además realiza el mensaje mismo que comunica: la comunicación en sí es a la vez una forma de conducta.

     En este sentido, es válida la posibilidad de empezar otro juego y con otros métodos distintos a los que los disidentes sexuales han puesto en práctica hasta ahora; esto es no clasificarse desde la visión patriarcal sino desde la persona como individuo de actitudes y normas propias, fuera de los estándares taxonómicos de la sexualidad. Como ejemplo, está el nombre de uno mismo, que existe desde el nacimiento, regido por las heteronormas de la sociedad y no por la evolución, las actitudes sociales y roles sexuales que puedan presentarse en determinada circunstancia.
      No es poca cosa. Se trata de una sedimentación cultural y lingüística que nos clasifica como seres humanos, de jerarquías con capas sociales numerosas, por acumulación de reglas que, si bien son sistemas de significación “útiles”, también se traducen en barreras moralizantes. Un ejemplo de transgresión es este fragmento de la declaración web de Rafaela Nuñileo, estudiante de Filología de la Universidad Santiago de Chile, llamada “Manifiesto del postravestismo” (2012):

Mi cuerpo habla desde su postontología mapulésbica (de mapuche, Chile), entonces, que no requiere más prueba de verdad que ser enunciada: es performativa, y se basta con la palabra. Dado que mi realidad es lo que me dé la gana (recordemos que éste es un país blanco porque a los mestizos les da la gana ser blancos), ahora mismo me da la gana ser una mujer trans (transexual y transracial), mapuche y lesbiana. Soy, además, negra, porque me da la gana ser negra. Ya lo he dicho antes en otro lugar: no tengo la culpa de vuestro daltonismo comtiano.


Ensayo para la cátedra de Comunicación y Desarrollo, con el profesor Juan Barreto, Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela (2013)

  
Fuentes documentales

BARRETO, Juan. “Crítica de la Razón Mediática: Ensayos Sobre Biopolítica y Potencia Política Del Cuerpo, (Pre-Textos para un Debate Por el Socialismo). Universidad Central de Venezuela y el Centro de Investigaciones Post-Doctorales (CIPOST), Caracas, 2006.

BOURDIEU, Pierre. “Language and Symbolic Power”, editado por John B. Thompson, traducción de Gino Raymond y Matthew Adamson, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1991a. ["Lenguaje y poder simbólico", en ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos]. Akal, Madrid, 1999.

BUTTLER, Judith. “Lenguaje, poder e identidad”. Editorial Síntesis. Traducción y prólogo: Javier Sáez y Beatriz Preciado. Madrid, 1997.

Centro de las Mujeres de Temuco. “¿Quién le canta al signo mujer? A propósito del enunciado “Por un feminismo sin mujeres” http://www.disidenciasexual.cl/2011/04/¿quien-le-canta-al-signo-mujer-a-proposito-del-enunciado-“por-un-feminismo-sin-mujeres”/

ENGELS, Frederich. “El Origen de la Familia, el Estado, y la Propiedad Privada”. Editorial Progreso, Moscú (1981). Escrito en 1884, se publica según el texto de la 4ª edición (1891).

LYOTARD, Jean Francois. “La Condición Postmoderna. Informe del Saber”. Trad. Mariano Antolín Rato. Ed. Cátedra S.A 1987. Madrid.

NUÑILEO, Rafaela. “Manifiesto del Postravestismo”, 2012. http://www.disidenciasexual.cl/2010/11/manifiesto-del-postravestismo/