miércoles, 25 de diciembre de 2013

La muerte de las ciudades venezolanas

     La arquitectura y el urbanismo de las ciudades, en alguna medida, va moldeando actitudes socio culturales. Si acaso, el concepto de ciudad va destruyéndose como modo de vida "ideal". 

     Lo que conocemos como ciudad, en Venezuela, puede ser producto de un proceso de modernización desde el perezjimenismo hasta cierto punto de los gobiernos del Pacto de Punto Fijo; una suerte de consolidación del American Way of Life, proveniente del modelo del vehículo automotor como fin último del desenvolvimiento social. 

     Este modelo, venezolanizado y reforzado por corporaciones transnacionales de comunicación, se consagró como objetivo en una juventud daltónica, que se vio más fina y purificada por las continuas inmigraciones europeas, y quienes se establecieron como estereotipo publicitario. 

    Este modelo, abarcado también por sistemas de pensamiento que surgieron por "generación espontánea" del mercado, en las escuelas y universidades de la clase media... Ese modelo... llegó a su punto máximo. 

     En Venezuela, es casi imposible hablar de reciclaje y de sistemas sustentables. Esa vorágine de exclusión, que explotó en los años 80's, dejó llagas imborrables. 

     Posiblemente, seamos la última de dos generaciones estúpidas. En EEUU, están los primeros indicios de  dudas sobre este sistema de vida.

    En nuestro país, no solo casi se descarta el reciclaje, sino que parece imposible un tipo de transporte que deseche el vehículo personal, y, además, creen normal una vivienda separada del resto de la vida por una autopista... creen normal una caminadora o una bicicleta estática en casa. 

     Esta generación estúpida cree normal un centro histórico o un bulevar en las peores condiciones, mientras sus calles del suburbio estén bien asfaltadas e iluminadas. 

     Es cierto que la delincuencia nos agobia, pero eso tampoco impide una excesiva compra de vehículos automotores y un consumo exponencial de entretenimiento nocturno, como los hemos tenido. 

     Por ello, pienso que la esperanza de Venezuela pueden ser los pueblos. Ellos poseen una sabiduría de la movilidad muy simple y concreta. Los pueblos concentran una riqueza de identidad que será motor para el urbanismo del mañana. Sinceramente, no creo que nuestros íconos culturales se centren en humoristas y cantantes metropolitanos copiones del norte y del modelo "mayamero". 

     Me convencí de lo mismo al escuchar las intervenciones, con Maduro, de los alcaldes de los pueblos: se basaban en sistemas de productividad propias de las comunidades, que respeten a la naturaleza y le den al pueblo un modo de vida próspero y tranquilo. Estos eran los menos populares para la juventud estúpida. Esta juventud, para nuestra desgracia, aplaudía a los alcaldes de las decadentes ciudades, que ni le paran pelotas a la movilidad, la vivienda, la seguridad, la compenetración de la gente con los proyectos y los problemas... porque estas gentes están encerradas en sus casas, en sus calles oscuras, lejos de sus raíces, esperando a que algo pase, a que vuelva Radio Rochela en la TV y la harina PAN en la esquina. 

    No estamos lejos de volver a recibir el año en la puerta de la casa,  con nuestros familiares y vecinos, como en el pueblo, mientras acabamos de comprar algo en la bodega o llegar del trabajo en bicicleta o en el colectivo a gas. Para que esto pase en Caracas, Valencia, Maracaibo, Puerto Ordaz, debe morir el modelo. 

     Paciencia y activismo. 

    


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